domingo, 20 de abril de 2008

Aimé Césaire, el gran poeta de las antillas.

Quizás ha pasado mucho tiempo sin noticia viva en Cuba sobre el gran poeta martiniqueño Aimé Césaire (1913), uno de los mayores que las Antillas le hayan ofrecido al mundo. Tuve la fortuna, el privilegio, de conocerlo y a la vez saludarlo en sus esplendorosos 88 años de edad, en el pasado Salon du Livre de Schoercher (Martinica, octubre del 2004), en cuyo acto central este insigne escritor dijo las más bellas palabras entre los ocho oradores que inauguraban el recinto ferial. Fue un breve discurso de paz, de emocionada esperanza y fraternidad humana, que levantó el más cálido aplauso del día. En esta feria del libro se desarrolló una mesa redonda dedicada a la vida y la obra de Alejo Carpentier, organizada y coordinada por el magnífico amigo de Cuba, el profesor martiniqueño Dr. Jean Louis Joachim (tesis doctoral sobre Carpentier, y uno de sus especialistas en el Caribe); allí volvimos a evocar a Césaire, esta vez en particular por los lazos de profunda amistad con Carpentier y sobre todo con el gran cubano que fue Wifredo Lam, a quien conoció desde 1945. El profesor Joachim hizo alusión a esos nexos, quizás los más sólidos de amistad establecidos con un cubano, y destacó las obras que el propio Césaire había dedicado al genial pintor. Venerado en su hermosa isla natal, figurando hoy como una de las voces vivas más altas de la lengua francesa, varias veces propuesto para el Premio Nobel de Literatura, da gusto verlo vivaz y agudo en medio de una lúcida ancianidad que hace gala de la juventud de su poesía. La relación de este intelectual con la literatura cubana es antigua, de mutuas influencias, como se aprecia entre su obra y la del gran cubano Nicolás Guillén, o ya más tangencialmente en la relación que podemos hallar entre el poema "La isla en peso"(1943), de Virgilio Piñera, y el extenso poema de Césaire Cuaderno de un retorno al país natal (primera versión de 1939, traducido en Cuba por Lydia Cabrera en 1943). Con Guillén los vínculos son mayores por dos razones: el afán del canto antillano y el mestizaje que se ofrece en sus obras respectivas como "poesía mulata"en el cubano, y sobre "la negritud", en el martiniqueño, en ambos bajo las mismas raíces y semejante intención lírica y social. En Césaire hay una voluntad estética que también lo acerca a sus coetáneos más exactos del grupo de la revista Orígenes, y, por supuesto, con todos aquellos poetas vinculables con el surrealismo. Si en 1943 ya André Bretón lo consideraba como un gran poeta, la frase con que cerraba un artículo de elogio que le dedicó, posee plena vigencia: "La palabra de Aimé Césarie [es] bella como el oxígeno naciente..."Su poesía se encuentra comprometida con la dignidad humana, con la plenitud del hombre y la mujer negros en el mundo coetáneo y futuro, a partir de un enfoque histórico a veces sutil y otras pleno de ideas. Va siendo una necesidad para los cubanos, sobre todo para los más jóvenes, y para el acrecentamiento de la conciencia regional caribeña, la edición de al menos una buena antología de su mejor obra poética, que tenga en cuenta la edición de sus Poesías, en 1969, por la Casa de las Américas; en ese mismo año Césaire adaptó La tempestad de Shakespeare en Une Tempête, con lo que ponía a un Calibán negro y esclavo en plano de representar una situación histórica del Caribe. Pero ya en 1955 es su "Discurso sobre el colonialismo", el poeta llevó a la prosa sus convicciones sociopolíticas. Los aportes de este poeta a la cultura de Nuestra América, en especial a la antillana, o caribeña en sentido más general, son sólidos y brillantes, por lo que su obra merece lecturas detenidas y espacio en el recuerdo. Aimé Césaire vive en su isla de palmeras, ceibas, árboles del pan, en la bella Fort de France de la que fue Alcalde; se le respeta en todo el mundo, en especial es reverenciado en su tierra y se le considera una cima entre los poetas de lengua francesa del siglo XX. Pero en el naciente siglo XXI su poesía es un tesoro lleno de vigencia y esperanza, de fe en el porvenir y en la especie humana, como expresa en Círculo no vicioso: "Los hombres no me han decepcionado jamás ellos tienen miradas que los desbordan".

Virgilio López Lemus.

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