miércoles, 21 de mayo de 2008

La experiencia del Taller.


En el 2004, el Departamento de Letras inauguró el Taller Edilberto Cardona Bulnes. En esa primera ocasión llegábamos con todo el interés del mundo por aprender; pero lo primero que se nos dijo es que un taller "no servía en sí para hacer escritores y que lo que se buscaba era compartir la experiencias que nos daba la literatura, el camino de ser escritores debíamos buscarlo cada uno". El profesor era el Poeta Fausto Maradiaga, un hombre de mediana estatura, bigote grueso y mirada tranquila. Éramos veintidós alumnos al principio, de los cuales sólo nos quedamos definitivamente cuatro para el siguiente año.

En el primer año se nos enseñaron los conceptos básicos de las figuras literarias, la métrica y el ritmo; tiempo después entramos de lleno a la narrativa. La mayoría de los estudiantes teníamos un interés en la muerte y creíamos que ésta nos mantenía cerca de abismo que necesitábamos para crear; pero el maestro siempre nos mencionaba esta frase: “ El arte no debe desentenderse de la vida, porque si el arte se desentiende de la vida, la vida se desentiende del arte”. No puedo negar que al principio estuvimos en desacuerdo con él; pero en mi caso particular he llegado a creer que la vida y todo lo que representa “vivir realmente” es lo que ahora me mueve a continuar en medio del abismo.


 Se respiraba una sensación de total libertad para hablar, además de literatura, de política, de filosofía, de pintura, de música, de cine, de la vida de cada uno y hasta de matemáticas; tanto los que estudiaban estas materias como lo que deseaban saber más sobre ellas. Eso sí, cuando entrábamos en controversias lo hacíamos en total respeto. No se piense por ello que éramos una especie de hippies. Estas pláticas las llevábamos más allá del taller, a los cafés de la U.N.A.H., a las casas de cada uno donde nos reuníamos para charlar y a ver buen cine o simplemente mientras caminábamos sin rumbo. Nuestras charlas eran tan dispares, podíamos empezar hablando del color de la flor en la sala y terminar con la muralla china, o empezar con Mao y terminar con la luz que caía suavemente desde la calle y recorría hasta la nevera. Habíamos llegado a la manía de dibujar siempre cadáveres exquisitos y de escribirlos durante mucho tiempo, dábamos rienda suelta a la imaginación y la creación gratuita sin busca de trascendencia o de fama. Llevamos lecturas desordenadas: del Medioevo saltábamos a las Vanguardias y cada quien llevaba el libro que leía en ese momento para hablarnos al respecto.

El segundo año se nos sumaron otros compañeros. Para ese entonces retomamos mucho de los conceptos anteriores a fin de nivelar los conocimientos del grupo. La técnica del taller era simple: los alumnos llevaban sus trabajos que eran revisados entre todos y, en base a los estudios del primer año, hacíamos las recomendaciones necesarias que el autor podía tomar en cuenta u omitir si lo deseaba.

En el tercer año llegó a nosotros la noticia de que en Honduras se realizaría el encuentro de escritores, el taller ya tenía una antología en plan de publicación; y, aunque al final se logró, este trabajo se vio empañado por diversos errores y creo que parte de ello fue culpa de nosotros por no tomar en cuenta la responsabilidad que significaba esa primera publicación, pero la obra salió y fue bien recibida.

El cuarto año inició con el viaje a Olancho, tierra de poetas, viaje que disfruté inmensamente y que culminó con un recital en Catacamas. A mediados del año se abrió de nuevo la convocatoria para nuevos miembros y en esta ocasión y fue el último año que estuvimos con Fausto porque se jubilaría. ¿Y al final? Al final nos despedimos y esperamos a ver cuando se cruzan nuestras vidas de nuevo. ¿Será en lados contrarios?

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