domingo, 31 de agosto de 2008

Poemas de Isaac Felipe Azofeifa.

Primer día.

El grito es lo más claro, todavía
la piedra es una estatua oscura. El viento
vaga sin arpa, solo. La Poesía
es un enigma, un canto sin acento.

El mismo sol, no halla aún su día.
Hasta el tiempo se agota en su momento.
Hay una agua sedienta. Hay una vía
sin hombre aún, sin ser, sin movimiento.

Un color, una luz, un solo aroma.
Un estar sin sustancia, un vivir puro.
Un aspirar que nada deja o toma.

Un rumor extasiado, sin idioma.
Un olvido celeste del apuro.
Aquí nace el poema o la paloma.

[Del libro Estaciones]

Día y noche amor te llamo, amor te digo.

Día y noche amor te llamo, amor te digo.
Repito amor, amor, y naces viva
de la raíz de mi alma, amor, y estás mirándome
o me besas o me hablas, amor, y estás ausente
o regresas, y amor te llamo, amor te digo.
No sé, ni quiero otra palabra
que la palabra amor.
Mi lengua es sólo esta, amor te digo,
amor respondes y borramos en el aire el mundo.
Amor decimos y nos nace
recién creado.

Amor día y noche, amor te llamo, amor te digo,
amor, por siempre amor, amor te llamo
amor te digo.

[Del libro Cima del gozo]

Crónica breve.

A grandes voces secretas preguntaba quién soy
al bosque vivo donde sólo yo existía.
Cosas y hombres vivían y morían
con mis gestos. Yo los creaba y los destruía
jugando a la memoria y olvido de sus nombres.
Vuelto mi rostro hacia mí mismo,
yo no era más que un dios solitario.

Quiero decir que
mis días transcurrían herméticos, llenos de vastas claridades
y terribles sombras, como quien transita por un bosque
sin hallar la salida.
Mi madre era una basta claridad, por ejemplo.
De pronto, una terrible sombra me cubrió con su muerte.
Dios dejó de existir el día que también murió mi hermana
menor, que fue como una rosa encendida
que de pronto se dobla
y cae gritando de dolor
y que no quiere irse todavía.

Desde que me conozco escribo poesía.
Entonces escribía debajo de los árboles o mirando
correr el agua o deshacerse con el viento las nubes, y siempre
en la perfecta soledad del campo.

Poesía es una trampa de la naturaleza
como el amor, para que la creación siga su curso
y por eso es también
una desesperada conciencia de la muerte.

Ahora bien, perdí todos mis pasos porque aquí está el bosque,
siempre rodeándome,
como un interminable territorio del sueño.
Amor sigue juntando relámpago y herida.
Yo sigo creando y destruyendo con una sola palabra.
La muerte sigue siendo la enemiga de cuanto amo.
Y Dios no ha regresado.

[Del libro Días y territorios]

Vecindario.

Trescientos perros sueltos asean el vecindario.
Aquí lavan sus barcas los pescadores, y se pudren
las ostras en la arena.
Casa inverosímiles, material de deshecho y barro y barro,
escupen niños sin sonrisa.

El niño dios va a traerles algún día
un pez de oro.

Trescientos perros sueltos ladran por el vecindario.
El niño Dios traerá perros
y más niños.

[Del libro Días y territorios]

Esta es mi casa en ruinas.

Mi casa es este silencio rodeado de ventanas.
Esta mirada abierta sobre el mundo.
Es uno de mis rostros.
Es este ojo profundo vuelto hacia su propia oscuridad,
Su iluminada oscuridad, su noche
radiante. ¿ Cómo decir de otro modo
que yo soy quién aquí vive,
sin despertar del sueño en que soñando vive?

Mi casa
me rodea, me cubre, me mantiene invisible.
Yo soy su víscera, ella es mi otra piel.
Cuando quiero mirar, me asomo a sus balcones
y saludo el otro lado del mundo.

El cielo es siempre bienvenido. El sol se para
en el umbral a llamarme, lo mismo
que el camino, que entra de pronto,
cuando la puerta le invita a descansar
agitando sus hojas como un saludo.

Mi casa es esta ínsula serena,
este juez. salomónico verdugo, con el nombre de padre;
este brazo y regazo con que una dulce sombra
llamada madre, está presente y ama.
Y la bandada silvestre de los crueles hermanos,
y los fuertes primos y sus perros,
y la tía enlutada de los cuentos de miedo,
agria como una cáscara, y el corazón azúcar.

Las bodas, el nacimiento, los cumpleaños, la muerte
han sido siempre aquí. Lo cuentan estos
tristes retratos, estos muebles en que el tiempo
vive herido, muriendo solo; este vacío
colmado de vejez. de vidas y de muertes.

Ah, corazón que amas el presente,
¿no sientes que la sangre
es como un río que viene de lejos y se queda
quieto aquí para siempre?
Ah, corazón, mira estas hierbas
amargas, estos muñones de árboles antiguos,
este resto de barro de los muros.

Mi casa ya no existe.
Nada queda que no sea este niño perdido
que consigo lleva aquel silencio,
aquella oscuridad iluminada.
aquel balcón de donde mira
estrellarse la muerte contra el sueño.

[Del libro Días y territorios]

Cosecha.

Una sutil melancolía piensa
el árbol de oro que se descolora;
pero la luz dorada se demora,
se duerme entre las hojas, se destrenza.

Despacio cede el corazón su intensa
lumbre de amor y canta en la deshora;
pero el tiempo a si mismo se devora
y la canción acaba y recomienza.

¡Ah, la vida su dádiva y su ofensa!
Todo lo tuvo en si, todo lo añora.
Y el trago lento del recuerdo apura.

¡Ah, el dulce otoño! ¡qué memoria inmensa!
En el alma una estrella da la hora
y cae como una fruta azul, madura.

[Del libro Estaciones]

La eterna herida.

Una gota de sangre.
Una gota de sangre de pájaro.
Una gota de sangre de pájaro en la roca.
Una gota de sangre de pájaro en la roca, en el mar y en el cielo.

Apenas una gota
de sangre.

En el costado de la luz hay sangre.
Negro de sangre el aire ya vestido para la fiesta del día.
Y llueve innumerable,
eterna sangre,
ciega sangre,
bajo el ala del pájaro sin cesar herido.

El oleaje que viaja sin encontrar la playa
en donde detenerse a descansar, el tiempo infinito,
sin cesar se oye en el vacio donde
la sangre de pájaro permanece suspensa.

Pasan las estaciones como trenes repitiendo su aviso mortal
sin descanso, naciendo y muriendo,
haciendo nacer y morir al mundo.
La primavera llega abriendo sus mil dedos azules,
y apostando su capital solar al juego de los niños.
Y el dulce adolescente sueña su destino,
pero su joven corazón oculta
la herida de la primavera.
en la luz de mostaza del verano
crece el gusano hostil que degüella los frutos.
Otoño exagüe explica el para qué del frío;
la luz que ganó batallas arrastra el paso y cede.
Y el invierno instala otra vez
la azul, la dulce, adolecente primavera
sobre la helada pompa de la muerte.

Pero la gota de sangre, sola, en la roca, derramada sobre el tiempo,
la gotra de sangre, ojo en profundo llanto, víscera
desgarrada, permanece,
quieta, suspendida, innumerable,
único licor en el bautizo del hombre,
lugar primero de su alma.

-Apartad de mí...(Oh eterna herida abierta)

Una gota de sangre,
una gota de sangre de pájaro,
una gota de sangre de pájaro en la roca,
que es nuestro verso,
poetas.

[del libro Vigilia en pie de muerte]

2 comentarios:

naufrago dijo...

Descubrí a Isaac Felipe un día iniciando mis veintes
y fue un despertar, una salida del ayuno.
Pocas veces pensé que se podía leer algo pensando
que el autor estaba ahí al lado, juntando toda su
paciencia de noches de escritura
y sus días de lecturas, para decir apenas algo,
para que sientas como con un susurro se transforma
tu vida.

Un saludo.

Manuel dijo...

Gracias por compartirnos tu experiencia, un saludo.