martes, 2 de noviembre de 2010

Cuentos de infancia

Cuando estaba en primer grado, mi mamá y mi papá me compraron una colección de libros de cuentos de los que vendía la Editorial Océano, exactamente una que se llama "Cuentos y Poemas", la colección completa tenía cuatro tomos. Hace poco recuperé dos de ellos, cometí el error de creer que, así como había pasado en mi caso, esos libros podían hacer que a mis hermanos y hermanas les gustara la lectura; pero lastimosamente no fue así y los libros terminaron destrozados o prestados a quién sabe qué personas que nunca los devolvieron. Me dolió de sobremanera saber que el tomo en que estaba el primer cuento que leí por mí mismo ya no estaría nunca más y que, como el libro de Las mil y una noches de mi abuela y El trópico de cáncer que me dio Enrique Ponce Garay, pasaría a la lista de libros valiosos perdidos para siempre.

Estos textos, como su nombre lo indica, estaban ordenados de forma que, después de cada cuento, iba un poema. Ahora me sorprende saber qué autores estaban entre ellos; porque, siendo sincero, cuando uno lee de pequeño no tiene la más mínima idea de cuestiones de estilo ni de nombres de autores, uno lee por el disfrute gratuito que nos da una buena historia y sin ningún criterio. Las ilustraciones de estos libros iban de grandiosas a trazos puramente infantiles, en general se adecuaban al tono del texto. Habían muchos cuentos que eran mis preferidos, historias de diversas mitologías, héroes de ciencia-ficción y hasta un cuento de Lennon me encontré; pero el que de todos me gustaba más era este que transcribo aquí, uno que me conmueve más a esta edad y es así porque ahora comprendo plenamente su significado. Así que iniciemos con: La muerte de Odjigh, un cuento de Marcel Schwob.
La raza humana parecía a punto de morir. Un invierno sin fin había helado la tierra. las plantas y la mayor parte de los animales habían desaparecido...

Un día, un cazador llamado Odjigh, que vivía en una caverna y tenía un hacha verde de jade, encendió su pipa de piedra y el humo salió de la cueva como una cinta, inclinándose hacia el norte. Entonces Odjigh metió un poco de carne seca en una bolsa y emprendió el camino, siguiendo el rumbo que el humo le había señalado.

De pronto un tejón flaco y hambriento empezó a seguirlo y poco después se les juntó un lince de ojos tristes; por último, un lobo huesudo se unió a la comitiva, aullando lastimeramente. Caminaron mucho tiempo, hasta que el tejón y el lince se alejaron en otras direcciones y sólo el lobo siguió los pasos de Odjigh hacia el helado norte. El cazador continuó caminando durante días, semanas, meses, repartiendo los pequeños pedazos de carne seca con el lobo.

Por fin, una mañana, cuando ya había perdido la esperanza de encontrar al invierno, al que se había propuesto matar, fue detenido por una altísima muralla de hielo que le cerraba el paso. Era como si allí se terminara el mundo. Odjigh empuñó su hacha, empezó a tallar escalones de hielo y subió por ellos. Así se elevó hasta una altura prodigiosa mientras, a sus pies, el lobo se había sentado mansamente a esperar.

Pero la muralla parecía no tener fin, y Odjigh decidió perforar la pared helada. Cavó durante horas, incansablemente, hasta perder la noción del tiempo. Tanto frío hacía, que en un momento dado el hacha de jade pareció a punto de quebrarse. Entonces Odjigh, para calentarla, la hundió en su muslo y allí, en contacto con la tibieza de su sangre, el hacha, antes quebradiza, recuperó su temple. Ni siquiera el dolor de su herida distrajo a Odjigh de su tarea. Cavó con su hacha durante horas, muerto de frío, hasta que súbitamente el hielo se rajó ante él y comprendió que había llegado al otro lado.
Hubo un inmenso soplo de aire cálido, como si la primavera y el verano estuviesen apresados al otro lado de la barrera de hielo. Por el agujero entraron los rayos de sol y las lluvias cálidas de abril...

Pero Odjigh había agotado sus fuerzas. Extenuado, cayó al suelo, y mientras la vida y el sol volvían a la tierra, mientras los hielos desaparecían, el lobo aullaba junto al cuerpo exánime del valiente cazador que había vencido al invierno.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Justo tenia la misma enciclopedia y estaba buscando y por el hacha de jade pude indagar en internet y consegui el nombre de estos cuentos que lei mas o menos en 1994 muchas gracias manuel

Manuel dijo...

Oye, qué hermosa coincidencia. Este era uno de mis cuentos favoritos, el otro era "San Jorge y el Dragón".

Anónimo dijo...

Hola, yo tenía un libro café con exactamente las mismas ilustraciones, era un compilación de cuentos pero el que más recuerdo era ese. Tendrás algún dato más de esos libros que mencionas?

Manuel dijo...

Sí, era "Cuentos y poemas" de la Editorial Océano.