domingo, 30 de septiembre de 2012

Primer mes en La Ceiba (pequeña introducción)

La primera impresión que tuve de La Ceiba fue realmente mala. Una señora que iba conmigo en el bus no paraba de contarme historias de zona de guerra sobre la colonia en la que ella vivía o que parecían sacadas de la película Ciudad de Dios: "Voy a ver que recupero y luego me voy para siempre de esa ciudad, le recomiendo lo mismo", me dijo. Para amolarla más, cada persona que encontraba sólo sabía hablarme de lo bonita que era esta ciudad antes del problema del narcotráfico y de la manera en que una paranoia total se había apoderado de casi todos. "Nada bueno juntar una ciudad paranoica con un hombre paranoico", me dije. Por allí  mi tía, quizás exagerando, me contó que incluso hubo una temporada en la cual sólo se ponía el sol y no veías a nadie en la calle.

Al principio me sentía desesperado, los primeros días no hacía más que extrañar mi vida en la capital y quejarme por la forma en que había perdido mi ritmo. Me sentí muy desubicado; todo mundo me decía que lo único que había era pura fiesta y playa, que no había más, que no pidiera gran cosa (quizás a ustedes no les parezca tan malo, pero todo eso pierde un poco de sentido cuando lo único que te queda es ir bailar reguetton, que no sé bailar, o irte a bañar un fin de semana y esto se vuelve una rutina). Durante un tiempo me decepcioné. Sólo conocía a mis parientes y la gente acá sólo sabía hablarme mal de la ciudad y del despelote que era el Centro Universitario Regional del Litoral Atlántico (CURLA), donde me toca ser profesor.

Al llegar al trabajo, con el paso del tiempo, me di cuenta que no era tan malo como me habían contado. Sí, había elementos tóxicos, pero doy gracias que hasta ahora ninguno es del departamento donde yo laboro y que mis compañeros de trabajo son realmente muy amables. Los alumnos a los que imparto clases son un poco más tranquilos que en Tegucigalpa, aunque no quiere decir que de vez en cuando saquen las garras. El gran problema son los implementos  que necesitamos para enriquecer las clases  y que no están a nuestra disposición e incluso es muy complicado pedir un libro y con mis alumnos nos hemos acostumbrado a trabajar con fotocopias de lo que yo traje de Tegucigalpa o de lo que hay a disposición en la biblioteca. El transporte también es un gran problema, pues el CURLA queda fuera de la ciudad y los buses que van hacia allá, aunque son pagados por la universidad, no dan el mejor servicio ni el más puntual y al principio no dejaban que se montara personal administrativo ni docente, lo cual cambió para buena suerte mía.

En cuanto a la delincuencia, pues yo diría que está casi al nivel de Tegucigalpa, en mi opinión es lamentable para una ciudad tan pequeña y parece que todo tiene que ver con los diversos capos que han hecho de esta ciudad su emporio. No falta quien te cuenta historias locas, que harían palidecer a los que se jactan de vivir en una ciudad tan violenta como la capital o San Pedro Sula; así que no queda más que andar con cuidado y estar siempre atento.

Para mí es muy importante la parte cultural y debo decir que la he ido descubriendo poco a poco y que, aunque sí hay artistas y sí hay eventos, los habitantes no muestran gran interés en ellos o por lo menos es la impresión que me he llevado en este mes de estar acá. Gracias a las pláticas con algunos amigos y a una página de eventos culturales, me di cuenta que existen dos grupo literarios y una que otra buena librería (antes creía que sólo había una, pero ya me fijé que hay tres). Me contacté con uno de ellos, El Taller Nelson Merren, fueron muy amables conmigo e incluso me invitaron a una de sus lecturas; además me sorprendió (ya no debería, porque este país es pequeño) que conocían a muchas personas con las que he tratado en Tegucigalpa.

De estas y otras cosas voy a hablar en otras entradas, si tanto trabajo me lo permite, porque el espacio y el tiempo no dan por hoy; así que hasta pronto.

P.D: Dejen de imaginar que mi vida acá es al estilo Baywatch, por favor. 

No hay comentarios: