viernes, 4 de enero de 2013

Después de la limpieza

En el derecho romano, las cosas son una extensión de sus dueños, por ello, en La Divina Comedia, los que atentan contra sus bienes son castigados. Para entender por qué se creía esto, tuve que recordar cuando mi abuela paterna murió y abrimos las viejas cajas que guardaba en su armario y descubrimos que allí estaban todas las cartas que cada uno de sus nietos, hijos y parientes le habían escrito; algunas databan de muchos años atrás y yo ni las recordaba. Eso me sorprendió, pero lo entendí: parte de nosotros estaba impregnado en esos objetos; pero en este caso era para dar lugar a un signo y a una relación de semiosis infinita. 

Si es así, si algo perdura de los sujetos en sus enseres, entonces es comprensible que un viejo peine sea la mañana en que alguien me lo dio, la expresión de esa persona en particular, o que esos barquitos de papel que guardo en una caja de regalo, sean la tarde aquella en el hospital y, a la vez, la muchacha que me enseñó a elaborarlos. Sólo entonces tiene sentido que haya decidido seguir guardando papeles de viejas conversaciones, los números telefónicos de amigos muertos, un reloj que se detuvo para siempre, un sombrero que ya no me queda, la hoja recién caída que me regalaron, cartas que jamás envié, una herradura, un libro destruido, la tarjeta de felicitación que me entregó alguien a quien no quiero volver a ver nunca, un diploma que no dice nada, malas caricaturas de mí mismo, zapatos del niño de seis años que fui...  y etcétera.


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