domingo, 20 de enero de 2013

Sobre la muerte

¿Han pensado alguna vez en su propia muerte? Es normal que, cuando los achaques de la edad comienzan a avanzar, y sentimos un dolor extraño en las mañanas o comenzamos a tocarnos bultos raros en el cuerpo, comencemos a preocuparnos por nuestra desaparición física; pero el caso de mis conocidos y el mío es muy distinto. Desde la infancia, la muerte era algo que preocupaba, en aquel entonces era temor al dolor físico que ella lleva consigo; pero, conforme pasaron los años, ese temor se transformó en el qué pasaría después de mi deceso. Las contadas veces en que he estado cerca de la muerte es común que, en los pocos momentos que creo que son los últimos de mi vida, reflexione sobre qué sucederá con las personas que aprecio, qué ocurrirá con mis cosas y adónde irá a parar lo que he escrito y todo lo hecho hasta ahora; sin embargo, el más recurrente de estos pensamientos es el primero e imagino entonces cómo actuarán diversas personas que han pasado a lo largo de mi vida, más de alguna con posiciones ciertamente hipócritas como es el caso de todos los funerales.

Después de la adolescencia comprendí, gracias a uno de los mejores maestros que he tenido, que no debemos desentendernos de la vida para que nuestras obras no se desentiendan de ella; sin embargo, la muerte es sólo la contracara de esa misma vida de la que alguna vez juramos extraer la médula. No es extraño que ahora, por ejemplo, sepa que mi última voluntad sobre mis libros sea que queden a cargo de la Carrera de Letras, que, de las cosas que he escrito, se encargue un amigo y que ciertas personas tengan vedada su entrada a mi funeral; mas tengo presente que quizás todas estas determinaciones sean vanas y dependerán del respeto que aquellos que me son verdaderamente cercanos muestren por mi voluntad una vez que ya no esté.

Antes, cuando era católico, me confortaba la idea de una vida más allá de la muerte; pero, y con esto no quiero incomodar a ningún creyente, ahora creo que lo más probable es que no exista nada más allá, que nuestra conciencia desparezca para siempre y sólo queden algunas huellas de nuestra existencia que la misma eternidad se encargará de borrar. Somos una nada en medio de todas las galaxias, un vacío de significado que nos corresponde llenar sólo a nosotros, algo que se dará una tan sola vez en toda la infinitud de universo y por eso hay que sacar el jugo de esta vida, la única oportunidad que tenemos de hacerlo.

4 comentarios:

marcela dijo...

Fijate que yo he estado pensando en eso recientemente porque me tocó abrir una cuenta de banco y dejar a un beneficiario en caso de que algo me pasara. No le dije a mi beneficiario que lo es y no estoy segura que yo sea el suyo, pero me dije que ya para ese entonces no importa que las cosas sean recíprocas, será mi última buena acción. Con respecto a donar los libros, qué buena idea!

Manuel dijo...

A mí me vino a la mente por una plática entre amigos. Cada uno opinó al respecto del tema y, más o menos, acá están algunas cosas de las que dije.

En cuanto a lo de mis libros, prefiero que le sirvan a la gente que estudia Letras a que terminen en puesto de usados en Tegucigalpa o que alguien en mi familia le dé por hacer una barata con ellos. Sé que no se atrevería, pero uno nunca sabe de las necesidades de la gente. Me gusta pensar que, algún día, alguien los disfrutará tanto como yo.

Marianela dijo...

Es altamente gracioso vedar a alguien de tu funeral.

Manuel dijo...

Lo sé, aunque fijo que hay cosas más locas que otra gente pide para después de su muerte (ni hablemos de faraones enterrados con sus sirvientes y ese tipo de cosas); sin embargo, con mis amigos hacemos ese tipo de pláticas sobre nuestras últimas voluntades y la cosa tiene una carga simbólica más que otra cosa. En fin, no son muchas y no creo que tengan cara de presentarse; porque eso sería el colmo del descaro... pero, por las dudas, ya queda dicho lo que yo quería, aunque después no lo cumplan.