miércoles, 19 de marzo de 2014

Amor-odio

A principios del siglo XX, Juan Ramón Molina, el poeta nacional de Honduras (mi país), escribía lo siguiente al respecto de la capital Tegucigalpa:

"Cuando uno llega a esta población, después de haber vivido en otro país por mucho tiempo, se atedia lastimosamente, casi se ahoga en estas calles torcidas, estrechas, gibosas y empedradas de mal humor. Pero el ambiente, letárgico y asfixiante se cuela adentro como una pulmonía".

A la vez, en el poema Anhelo, el mismo autor escribió:

"¡Viviese yo en los tiempos esforzados
de amores, de conquistas y de guerras,
en que frailes, bandidos y soldados
a través de los mares irritados
iban en busca de remotas tierras.

No en esta triste edad en que desmaya
todo anhelo –encumbrado como un monte–
y en que poniendo mi ambición a raya
herido y solo me quedé en la playa
viendo el límite azul del horizonte!"

Ambos textos son un ejemplo de como Molina expresa su necesidad de escapar de aquella realidad asfixiante y aislada. Recuerdo de mis clases de Literatura Hondureña que el contexto de finales del siglo XIX y principios del XX era particularmente duro para los intelectuales. Quienes eran escritores en ese entonces, asistían a pocas tertulias en las que se platicaba de arte y política en un ambiente de refinamiento; pero al salir de las casas se topaban con la pobreza, la violencia y el abandono. Si tomamos en cuenta todo lo anterior, estos escritos de Molina son el cause más normal para esa frustración; sin embargo, por extraño que parezca, éstos fueron escritos por un hombre que sí viajo, tanto a Brasil como a Europa, y del que sus compañeros dijeron que poco faltó para que besara la tierra hondureña al bajar de una barca en el puerto de Amapala cuando finalmente regresó.

El novelista chileno Roberto Bolaño, en una conferencia sobre el exilio y la literatura leída en Viena, se cuestionaba lo siguiente: "¿Se puede tener nostalgia por la tierra en donde uno estuvo a punto de morir? ¿Se puede tener nostalgia de la pobreza, de la intolerancia, de la prepotencia, de la injusticia?". Pues bien, esa contradicción es posible y se da, sobre todo, en mis coterráneos. Al leer los textos de Juan Ramón Molina ya citados, he llegado a la conclusión de que marcan una de las características más comunes del hondureño: la relación de amor y odio con su patria. 

Vale decir que casi nadie menciona a Honduras fuera de los límites de América Central. Aquí en México, donde resido ahora, la historia de mi país de origen es sólo un pie de página apenas perceptible en la de América Latina y ya ni hablemos de la literatura, cine u otros aspectos. Y que conste que México no es la excepción, es vista así en casi todos los lugares del mundo; en Argentina, por ejemplo, piensan que somos una isla del Caribe. Mientras tanto, Honduras es un Estado esquizoide, que se habla  a sí mismo y nunca se escucha. 

Regresar a mi tierra natal significaría volver al ostracismo cultural, la violencia exacerbada, la irracionalidad de fundamentalismos y absolutismos. Mis conversaciones con extranjeros y mis viajes me han comprobado que muchos de esos problemas se encuentran en toda Latinoamérica; pero no todos al mismo tiempo y jamás al mismo nivel que en Honduras. Por otro lado, lo que más he amado alguna vez y lo que amo está en ese lugar y me he dado cuenta que es tan difícil enterrar raíces en otra parte, en especial si no hay nadie ligado a tu pasado cerca de ti. A veces me pregunto si valdría la pena volver y si al hacerlo no estaría cayendo en el mismo círculo de amor-odio  en el que casi todos los que somos de esa nación vamos a estar inmersos en algún momento. 

1 comentario:

marcela dijo...

Ufa Manuel, no sé muy bien qué decir de este post. Lo único que sé es que últimamente me he puesto a pensar en qué condiciones me gustaría criar a mis hijos - si algún día decido tenerlos - y qué oportunidades me gustaría que tuvieran.

Yo sé que hay mucho que hacer en Honduras, pero no sé si las condiciones se vayan a dar en las próximas décadas para que trabajos como el mío sean valorados y pueda vivir una vida tranquila. Y como lo hemos discutido con vos, vale la pena hacerse el mártir?