martes, 6 de mayo de 2014

6-5

"Y así los reproches de Platón a Homero se tornan en otras tantas alabanzas, en otras tantas pruebas de su fidelidad, de su martirio. Acusa Platón al divino cantor de andar errante por los caminos, de pueblo en pueblo, cantando. Acusa, el que no deja ningún modelo de vida, como hiciera Pitágoras, para guía y ejemplo de los demás hombres. Da por sentado que el único quehacer importante del hombre es el medio de descubrir el medio de gobernar sus días y poderlo transmitir a los demás para ayudarles en idéntica tarea. Y Homero, con atreverse a hablar de todas las cosas divinas, no hizo nada de eso. Y todavía más, denuncia  que si la compañía del cantor hubiera sido dulce y provechosa, amigos y discípulos le hubieran retenido junto a sí, o arrastrados por el amor al maestro, hubiesen partido junto a él en sus caminatas. Insiste, insiste Platón, con la terquedad del que quiere dejar bien amartillado su razonamiento: si Homero hubiese sabido realmente alguna ciencia o hubiese sido capaz de realizar hermosas hazañas, no se hubiera dedicado a cantar las de los demás, pues es superior el hacerlas que cantarlas. 

Y con todos estos reproches y acusaciones -tan certeras- de Platón, lo que hace es ponernos en evidencia la manera de vivir del poeta, su generosidad, su fidelidad a aquello que recibió sin buscarlo, que le lleva a donárselo a los demás, sin que los busque, caritativamente. Bella imagen venerable del poeta, ésta que en Homero se dibuja. Sin aguardar ser buscado, va como la poesía misma, al encuentro de todos, de los que creen necesitarla y de los que no, a verter el encanto de su música sobre las pesadumbres diarias de los hombres, a rasgar con la luz de las palabras las nieblas del tedio, a volver ligera la pesadez de las horas. Va también a consolar a los hombres con la rememoración de su origen. Pues la poesía tiene también su reminiscencia. Va a llevarles la memoria y el olvido.  

El poeta no toma jamás una decisión, es cierto. El poeta soporta únicamente este vivir errabundo y como sin asidero. Soporta el vivir instante a instante, pendiente de otro a quien ni siquiera conoce. Entreve algo en la niebla y a esto que entreve es fiel hasta la muerte, fiel de por vida. Y no le exige, como el filósofo, ver su cara para entregarse a él. No lucha al modo de Jacob con el ángel. Acepta y aun anhela ser vencido."

-María Zambrano, Filosofía y poesía.

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