sábado, 2 de agosto de 2014

Cuando Nerón canta...


En los últimos años, en especial desde que salí de mi país para estudiar, me he vuelto muy pesimista con respecto a la situación hondureña. “Estamos viviendo un sueño”, dice el presidente, con una sorna de irrealidad que a mí me deja espantado; pero la verdad es otra: “estamos viviendo una pesadilla”. Basta decir que la última vez que fui a Honduras pasé de corrido por más de doce calles de barrios de clase media y me asombró ver que todas estaban protegidas por enormes portones y guardias privados armados hasta los dientes. No me quiero ni imaginar cómo estarán las cosas en los barrios bajos de Tegucigalpa o en las comunidades rurales donde el Estado ni siquiera tiene presencia. Que niños emigren hacia Estados Unidos, a pesar de todos los riesgos que implica cruzar México, ya nos dice bastante sobre la desesperanza que debe haber. El temor se palpa a flor de piel y sólo alguien que esté fuera de la realidad o muy loco podría decir algo como que “nos sentimos más protegidos” o que “ya se camina con más tranquilidad”.


No soy un fiel creyente de leyes históricas y sé que no siempre son acertadas; pero recuerdo que en su libro de memorias Mis dos mundos, Pearl S. Buck narra el viaje que hizo con su padre, un pastor luterano, desde China hasta Europa. Mientras cruzaban Rusia, el Señor Buck le dijo a su hija que algún día Asia se levantaría contra occidente, pero que toda esa rebelión iniciaría en Rusia y sería más sangrienta allí que en cualquier otra parte. La niña le preguntó por qué pensaba eso y su papá le contestó que sería así; porque los hombres y las mujeres estaban más oprimidos allí de entre todos los lugares de la tierra. A veces tengo esa misma sensación con respecto a Honduras: las personas han sido tan humilladas, tan llevadas a un punto de desesperación, que sólo falta la chispa adecuada para que en algún momento estalle todo y algo mucho mayor de lo que hemos vivido nos explote en la cara a todos.


Todavía más preocupante, alguien podría acotar que el sistema ya ha llegado a su punto máximo de contradicción y, por tanto, a la entropía.  No está de más aprender de la historia: tanto el Zar Nicolás II como el Rey  Luis XVI, así como varios autócratas e incluso ante la pena de muerte, estaban convencidos de que la situación de sus países era la mejor y que ellos eran los "elegidos" para salvar a sus respectivas patrias; aunque todo distaba mucho de lo que ellos pensaban y, al final, esa actitud fue su ruina. De la misma forma, parece que la mayoría de la burguesía nacional y la dirigencia política se ha encerrado como un caracol y no son capaces de ver más allá de sí mismos para asegurar su supervivencia ni la de otros. Así es, Roma se incendia y Nerón canta.


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