domingo, 17 de mayo de 2015

El sueño latente en Bertolucci

[Hace unos días hablaba con una amiga al respecto de este autor y mucho de esta entrada deriva de esa plática. Pues bien, dicho esto, hay que iniciar].

De Bertolucci sólo he visto tres películas: El último emperador, El último tango en París y Los Soñadores. Me gusta como maneja el erotismo en esas tres obras: los personajes se embeben y se encierran; pero el mundo exterior siempre los termina alcanzando. El territorio interior de los placeres en que se refugian siempre es destruido por lo externo: procesos políticos y guerra mundial en El último emperador; el cuarto de los amantes es traicionado por sus vidas personales en El último tango en París; y el cine, sexo y música de Los Soñadores es hecho trizas por los sucesos de 1968 (este último con la toma de consciencias de uno de sus personajes).


Me resulta atrayente ese encierro, porque todos en algún momento lo hemos pasado: un recluirse en los placeres, una cárcel hedonista. En estas historias, el castigo también está afuera, rondando, y algo tiene de moraleja (no me gustaría decir moralizante); esa materialidad siempre pone una frontera. En el fondo, te dice, no te puedes apartar de la realidad, ella te terminará destruyendo en algún momento si lo hacés; las fachadas siempre caen, la objetividad impone sus límites aún a costa de sangre.


El nombre de uno de sus filmes deja bien claro lo que aquí he expuesto: Los soñadores, gente que vive en un sueño, que debe despertar de él. Llega un punto en que, al ver los contrastes, nos preguntamos ¿son soñadores por su idealismo o sólo por enclaustrarse en sus disfrutes?¿deben despertar o es ese despertar del final (a la violencia política) sólo otro sueño?¿el sueño de los otros?¿vamos cayendo de sueño en sueño?¿cuál es el auténtico sueño y cuál no? ¿Sólo se pasa de una cárcel a otra como Puji en El último Emperador?


Muy a riesgo de equivocarme, y siguiendo un poco mal a Lacan, podría decir que la Ley (con esas mayúsculas) siempre mantendrá su dominio sobre esos mundos aparentemente ideales, sin importar de cuál se trate, para evitar el riesgo de que los seres caigan en lo indeterminado, que se anulen unos a otros; esa es la "espada de Damocles" que se tiende sobre todo aquel que busque ese tipo de reclusiones. La luz se vuelve enceguecedora entonces y regresa con toda su potencia con toda su crueldad, para causarnos el dolor de ver.    

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