domingo, 28 de noviembre de 2010

De este y otros lados oscuros del corazón

El lado oscuro del corazón es una película que algunos pueden odiar, por sus lugares comunes, y que otros pueden amar, por su acercamiento a la poesía de una forma tan simple. La película es del director argentino Eliseo Subiela (el mismo de Hombre mirando al sudeste) y el filme fue rodado en escenarios rioplatenses, desde Buenos Aires hasta Montevideo, la historia es simple: Oliverio, un poeta bohemio, a quien la muerte acosa en la forma de una mujer, busca la joven adecuada, esa que sepa volar.

La obra cuenta con tres puntos fuertes: el primero es la banda sonora (¡Bellísima!) a cargo de Osvaldo Montes, Fito Páez, Mário Clavel y Chico Novarro; el segundo es la selección de poemas y su perfecta combinación con las secuencias que los acompañan, los textos son de Mario Benedetti, Oliverio Girondo y Juan Gelman (todos uruguayos o argentinos); el tercero es la actuación, o mejor dicho la voz, del actor Darío Gradinetti (Oliverio) que lee tan bien los textos de los poetas antes mencionados.

También hay que recalcar los constantes guiños que el director hace a la pintura. Ya en Hombre mirando al sudeste pudimos notarlo con las obras de René Magritte y en ésta no es la excepción. Por ejemplo, la escena en donde Oliverio lee "Rostro de vos" y vemos un plano medio de Ana (Sandra Ballesteros), mientras el viento sopla y le mueve los cabellos, con una pose sacada de El nacimiento de Venus de Sandro Botticelli.

La película tiene una segunda parte muy mala que no les recomiendo que vean, si es que no quieren arruinar la buena impresión que les dejó la primera. Aunque si no aguantan la curiosidad, pues ni modo.

Imagino que cada uno de ustedes tiene su escena favorita, pues bien, allí va la mía:


miércoles, 24 de noviembre de 2010

Stop crying your heart out (Oasis)

martes, 23 de noviembre de 2010

Investigación y generaciones

No he podido publicar nada en el blog, esto es debido (además de los múltiples problemas personales) a que ya estoy realizando horas de mi práctica, que son al rededor de 800 y que tendré que cumplir antes de noviembre del 2011 para poder graduarme. Mi trabajo consiste en ayudar a una profesora española e su investigación sobre el cuento y el teatro hondureño, así que tengo que estar todo el día en la biblioteca leyendo detenidamente todas las revistas de literatura de la historia de nuestro país (Bueno, sólo las que ella me envió en su listas), además de pasar horas interminables en el archivo nacional revisando todos los paquetes de cartas y documentos entre los años de 1889 a 1895 con el fin de buscar información sobre la familia de la esposa de Rubén Darío.

Aunque el trabajo resulta tedioso por ratos, de vez en cuando uno se encuentra con sorpresas. Por ejemplo: cartas de importantes escritores hondureños e incluso de personajes relevantes de la historia mundial, también leí documentos que revelan la triste trama de la corrupción y, por supuesto, la historia de muchas de las familias poderosas que no dejan de causarme risa. Pronto verán que iré subiendo parte de esa información (algunas en tono jocoso y otras de forma más seria) y espero que se asombren tanto como yo cuando la encontré; aunque les advierto que la que tiene que ver estrictamente con literatura la publicaré en el blog de la carrera de Letras y las de cine hondureño en el blog del cineclub

Por ahora los dejo con una de esas evoluciones generacionales que tanto me sorprenden y hacen volar mi imaginación: La de la familia Ferrari.

Los Ferrari a mediados del siglo XX

Los Ferrari a principios del siglo XXI

Los Ferrari en un futuro y una galaxia muy, muy, muy lejana...

domingo, 14 de noviembre de 2010

sábado, 13 de noviembre de 2010

Fin

De nada me lamentaré, no fue mi culpa (¡Y vaya que no lo fue!). Me queda la certeza de haber amado de verdad, con ese recuerdo quiero quedarme y no con la cólera. Curiosamente, esa noche de un siete de agosto, sonaba esta canción en el taxi mientras regresaba a mi casa de lo que siempre recordaré como el día más feliz y pleno de símbolos dulces.

La vida seguirá y hay que aceptar que todo tiene un fin, menos el fuego de tus ojos... menos el fuego de tus ojos...


jueves, 11 de noviembre de 2010

Canción de Alicia en el país

*Pintura "Alicia en el país de las pesadillas" de Felipe Burchard

Quién sabe Alicia, este país
no estuvo hecho porque sí.
Te vas a ir, vas a salir,
pero te quedas,
¿Dónde más vas a ir?
Y es que aquí, sabés,
el trabalenguas trabalenguas,
el asesino te asesina
y es mucho para ti.
Se acabó ese juego que te hacía feliz.

No cuentes lo que viste en los jardines, el sueño acabó.
Ya no hay morsas ni tortugas.
Un río de cabezas aplastadas por el mismo pie
juegan cricket bajo la luna.
Estamos en la tierra de nadie, pero es mía.
Los inocentes son los culpables, dice su señoría,
el rey de espadas.

No cuentes lo que hay detrás de aquel espejo,
no tendrás poder
ni abogados, ni testigos.
Enciende los candiles que los brujos
piensan en volver
a nublarnos el camino.
Estamos en la tierra de todos, en la mía.
Sobre el pasado y sobre el futuro,
ruinas sobre ruinas,
querida Alicia.

Quién sabe Alicia, este país
no estuvo hecho porque sí.
Te vas a ir, vas a salir
pero te quedas,
¿Dónde más vas a ir?
Y es que aquí, sabés,
el trabalenguas trabalenguas,
el asesino te asesina
y es mucho para ti.
Se acabó.
Se acabó.
Se acabó ese juego que te hacía feliz...

jueves, 4 de noviembre de 2010

Superman contra las transnacionales

*Página del cómic "La muerte de Superman"

martes, 2 de noviembre de 2010

Cuentos de infancia

Cuando estaba en primer grado, mi mamá y mi papá me compraron una colección de libros de cuentos de los que vendía la Editorial Océano, exactamente una que se llama "Cuentos y Poemas", la colección completa tenía cuatro tomos. Hace poco recuperé dos de ellos, cometí el error de creer que, así como había pasado en mi caso, esos libros podían hacer que a mis hermanos y hermanas les gustara la lectura; pero lastimosamente no fue así y los libros terminaron destrozados o prestados a quién sabe qué personas que nunca los devolvieron. Me dolió de sobremanera saber que el tomo en que estaba el primer cuento que leí por mí mismo ya no estaría nunca más y que, como el libro de Las mil y una noches de mi abuela y El trópico de cáncer que me dio Enrique Ponce Garay, pasaría a la lista de libros valiosos perdidos para siempre.

Estos textos, como su nombre lo indica, estaban ordenados de forma que, después de cada cuento, iba un poema. Ahora me sorprende saber qué autores estaban entre ellos; porque, siendo sincero, cuando uno lee de pequeño no tiene la más mínima idea de cuestiones de estilo ni de nombres de autores, uno lee por el disfrute gratuito que nos da una buena historia y sin ningún criterio. Las ilustraciones de estos libros iban de grandiosas a trazos puramente infantiles, en general se adecuaban al tono del texto. Habían muchos cuentos que eran mis preferidos, historias de diversas mitologías, héroes de ciencia-ficción y hasta un cuento de Lennon me encontré; pero el que de todos me gustaba más era este que transcribo aquí, uno que me conmueve más a esta edad y es así porque ahora comprendo plenamente su significado. Así que iniciemos con: La muerte de Odjigh, un cuento de Marcel Schwob.
La raza humana parecía a punto de morir. Un invierno sin fin había helado la tierra. las plantas y la mayor parte de los animales habían desaparecido...

Un día, un cazador llamado Odjigh, que vivía en una caverna y tenía un hacha verde de jade, encendió su pipa de piedra y el humo salió de la cueva como una cinta, inclinándose hacia el norte. Entonces Odjigh metió un poco de carne seca en una bolsa y emprendió el camino, siguiendo el rumbo que el humo le había señalado.

De pronto un tejón flaco y hambriento empezó a seguirlo y poco después se les juntó un lince de ojos tristes; por último, un lobo huesudo se unió a la comitiva, aullando lastimeramente. Caminaron mucho tiempo, hasta que el tejón y el lince se alejaron en otras direcciones y sólo el lobo siguió los pasos de Odjigh hacia el helado norte. El cazador continuó caminando durante días, semanas, meses, repartiendo los pequeños pedazos de carne seca con el lobo.

Por fin, una mañana, cuando ya había perdido la esperanza de encontrar al invierno, al que se había propuesto matar, fue detenido por una altísima muralla de hielo que le cerraba el paso. Era como si allí se terminara el mundo. Odjigh empuñó su hacha, empezó a tallar escalones de hielo y subió por ellos. Así se elevó hasta una altura prodigiosa mientras, a sus pies, el lobo se había sentado mansamente a esperar.

Pero la muralla parecía no tener fin, y Odjigh decidió perforar la pared helada. Cavó durante horas, incansablemente, hasta perder la noción del tiempo. Tanto frío hacía, que en un momento dado el hacha de jade pareció a punto de quebrarse. Entonces Odjigh, para calentarla, la hundió en su muslo y allí, en contacto con la tibieza de su sangre, el hacha, antes quebradiza, recuperó su temple. Ni siquiera el dolor de su herida distrajo a Odjigh de su tarea. Cavó con su hacha durante horas, muerto de frío, hasta que súbitamente el hielo se rajó ante él y comprendió que había llegado al otro lado.
Hubo un inmenso soplo de aire cálido, como si la primavera y el verano estuviesen apresados al otro lado de la barrera de hielo. Por el agujero entraron los rayos de sol y las lluvias cálidas de abril...

Pero Odjigh había agotado sus fuerzas. Extenuado, cayó al suelo, y mientras la vida y el sol volvían a la tierra, mientras los hielos desaparecían, el lobo aullaba junto al cuerpo exánime del valiente cazador que había vencido al invierno.