domingo, 30 de marzo de 2014

30-03

Relacionado con el centenario del poeta Octavio Paz que se conmemora mañana, me gustaría contar una historia cortísima en la que sólo está su poesía. Al poeta Livio Ramírez le tocó vivir el movimiento estudiantil del año 1968 en México y, en cierta ocasión, él me contó que, después de las protestas, los jóvenes cansados y todavía ardorosos, iban a los bosques de la U.N.A.M. y se reunían para leer Piedra de Sol. A veces voy a caminar a esos mismos bosques, imagino esos muchachos casi adolescentes, llenos de sueños y deseos de cambiar el mundo, algunos de ellos morirían en la matanza de Tlatelolco en octubre de ese mismo año; pero, en ese instante, estaban todos ellos allí turnándose para leer esos versos, para llenarse de fuerza, repitiendo:

"amar es combatir, es abrir puertas,
dejar de ser fantasma con un número
a perpetua cadena condenado
por un amo sin rostro".

Más allá de todas las celebraciones y el culto del sector oficial, de los egos y los pleitos, creo que el mayor logro al que pueda aspirar un poeta es un difuminarse para ser transfigurado en otras voces. Al fin y al cabo, como el mismo Paz dijo alguna vez en una entrevista: si el poeta cree que su voz es realmente suya, o es un iluso o es un gran tonto.

Me despido y los dejo con la adaptación musical que hizo Luis Pastor del poema ya citado de Octavio Paz.

viernes, 28 de marzo de 2014

Termópilas

Honor a aquellos que en sus vidas
se dieron por tarea el defender Termópilas.
Que del deber nunca se apartan;
justos y rectos en todas sus acciones,
pero también con piedad y clemencia;
generosos cuando son ricos, y cuando
son pobres, a su vez en lo pequeño generosos,
que ayudan igualmente en lo que pueden;
que siempre dicen la verdad,
aunque sin odio para los que mienten.
Y mayor honor les corresponde
cuando prevén (y muchos prevén)
que Efialtes ha de aparecer al fin,
y que finalmente los medos pasarán.

-Constantino Cavafis. 

miércoles, 19 de marzo de 2014

Amor-odio

A principios del siglo XX, Juan Ramón Molina, el poeta nacional de Honduras (mi país), escribía lo siguiente al respecto de la capital Tegucigalpa:

"Cuando uno llega a esta población, después de haber vivido en otro país por mucho tiempo, se atedia lastimosamente, casi se ahoga en estas calles torcidas, estrechas, gibosas y empedradas de mal humor. Pero el ambiente, letárgico y asfixiante se cuela adentro como una pulmonía".

A la vez, en el poema Anhelo, el mismo autor escribió:

"¡Viviese yo en los tiempos esforzados
de amores, de conquistas y de guerras,
en que frailes, bandidos y soldados
a través de los mares irritados
iban en busca de remotas tierras.

No en esta triste edad en que desmaya
todo anhelo –encumbrado como un monte–
y en que poniendo mi ambición a raya
herido y solo me quedé en la playa
viendo el límite azul del horizonte!"

Ambos textos son un ejemplo de como Molina expresa su necesidad de escapar de aquella realidad asfixiante y aislada. Recuerdo de mis clases de Literatura Hondureña que el contexto de finales del siglo XIX y principios del XX era particularmente duro para los intelectuales. Quienes eran escritores en ese entonces, asistían a pocas tertulias en las que se platicaba de arte y política en un ambiente de refinamiento; pero al salir de las casas se topaban con la pobreza, la violencia y el abandono. Si tomamos en cuenta todo lo anterior, estos escritos de Molina son el cause más normal para esa frustración; sin embargo, por extraño que parezca, éstos fueron escritos por un hombre que sí viajo, tanto a Brasil como a Europa, y del que sus compañeros dijeron que poco faltó para que besara la tierra hondureña al bajar de una barca en el puerto de Amapala cuando finalmente regresó.

El novelista chileno Roberto Bolaño, en una conferencia sobre el exilio y la literatura leída en Viena, se cuestionaba lo siguiente: "¿Se puede tener nostalgia por la tierra en donde uno estuvo a punto de morir? ¿Se puede tener nostalgia de la pobreza, de la intolerancia, de la prepotencia, de la injusticia?". Pues bien, esa contradicción es posible y se da, sobre todo, en mis coterráneos. Al leer los textos de Juan Ramón Molina ya citados, he llegado a la conclusión de que marcan una de las características más comunes del hondureño: la relación de amor y odio con su patria. 

Vale decir que casi nadie menciona a Honduras fuera de los límites de América Central. Aquí en México, donde resido ahora, la historia de mi país de origen es sólo un pie de página apenas perceptible en la de América Latina y ya ni hablemos de la literatura, cine u otros aspectos. Y que conste que México no es la excepción, es vista así en casi todos los lugares del mundo; en Argentina, por ejemplo, piensan que somos una isla del Caribe. Mientras tanto, Honduras es un Estado esquizoide, que se habla  a sí mismo y nunca se escucha. 

Regresar a mi tierra natal significaría volver al ostracismo cultural, la violencia exacerbada, la irracionalidad de fundamentalismos y absolutismos. Mis conversaciones con extranjeros y mis viajes me han comprobado que muchos de esos problemas se encuentran en toda Latinoamérica; pero no todos al mismo tiempo y jamás al mismo nivel que en Honduras. Por otro lado, lo que más he amado alguna vez y lo que amo está en ese lugar y me he dado cuenta que es tan difícil enterrar raíces en otra parte, en especial si no hay nadie ligado a tu pasado cerca de ti. A veces me pregunto si valdría la pena volver y si al hacerlo no estaría cayendo en el mismo círculo de amor-odio  en el que casi todos los que somos de esa nación vamos a estar inmersos en algún momento. 

sábado, 15 de marzo de 2014

Laterarius




(Cortometraje de Marina Rosset)

viernes, 14 de marzo de 2014

Nota 14-03

Anoche, caminaba de regreso con unos amigos de la universidad. Las calles estaban llenas de personas que se apresuraban vaya a saber uno hacia dónde, mientras que los buses y los autos corrían de forma lenta en diferentes direcciones.  Uno de mis compañeros se atemorizaba cada vez que un carro casi rozaba la acera y yo me balanceaba apenas en la orilla. 

-Toluca está llena de gente loca. Es peligroso que vayas a la orilla de la acera.- Me dijo uno de ellos.

-Esto no es peligroso- repliqué.- De hecho, Toluca es una de las ciudades más tranquilas en las que he estado. No hay gente tan loca como vos decís.

- Órale, ¿En serio tú crees eso?

-Sí, sólo mirá… Vamos caminando los tres en mitad de la noche, las calles están llenas de gente y carros. Yo no podría hacer esto en mi país.

- ¿En serio?¿Y qué tan peligroso es allá?-

-Tan peligroso que en las calles de la ciudad donde vivía antes, andaban una cabeza humana de casa en casa para cobrar impuesto de guerra.

-Órale, es como un Tepito…

-Sí, un Tepito de un millón de habitantes. 

Ambos me miraron y abrieron los ojos hasta lo más grande que podían.

-Justo antes de regresar  de Honduras, en las últimas vacaciones, hablaba con un amigo de que cualquiera que haya sobrevivido en esas ciudades es como una especie de super-hombre o super-mujer en cualquier otra.

-Entonces ya tenemos a quién enviar en misiones a Tepito.- Dijo la joven acompañante que hasta ahora había guardado silencio.

Los tres nos reímos y seguimos caminando en mitad de la noche.