"Ya desde niño yo siempre me enamoraba de la mujer que no debía. Creo que ahí está mi problema, ¿sabes? Cuando mi mamá me llevó a ver Blancanieves, todos se enamoraban de Blancanieves, pero yo me enamoré inmediatamente de la madrastra."
- Woody Allen, de la película Annie Hall.
Película de Pablo Berger, estrenada en el 2012 y ganadora del Premio especial del jurado del Festival de San Sebastián y del Goya a mejor película, es una adaptación muy libre del cuento de los hermanos Grimm. Narra cómo Carmen (Sofía Oria de niña y Macarena García de adulta), la hija del ex-torero Antonio Villalta (Daniel Giménez), se ve obligada (debido a una serie de acontecimientos fortuitos que no revelaré para no arruinarles el filme) a ir a vivir bajo la tutela de Doña Encarna, su cruel madrasta. Más adelante, la jovencita escapa para unirse a unos enanos toreros y convertirse en una famosa lidiadora en la Sevilla de finales de los años veinte.
Una mezcla de melodrama, comedia y tributo al cine mundo. Por ella pasan homenajes a La parada de los monstruos y Juana de Arco, como el mismo director reconoce, y yo diría que incluso a Sangre y Arena , aquel filme mudo con la actuación del mítico Rodolfo Valentino y adaptación de la novela homónima de Blasco Ibáñez. Dentro de toda esa remembranza, es de reconocer el uso magistral que hace del primer plano y sobre todos de los ojos como elemento expresivo que sustituye a las palabras, muy al estilo de las producciones de los años veinte. Claro, que por toda esta referencia al buen cine no dejan de haber momentos chuecos como aquel donde el padre muerto aparece en los cielos (¡Simba, soy tu padre!).
En el apartado técnico, la música y la fotografía, como era esperarse, son de lo mejor; aunque al principio uno siente estar asistiendo a una celebración del estereotipo del español cuando escucha el primer zapateado, pero el adecuado uso de ambos elementos va haciendo que uno olvide ese detalle.
Por otra parte, no puedo sacar de mi mente al personaje de la madrastra, encarnado magistralmente por Maribel Verdú, que con todo su poderío y hermosura llega a opacar incluso a la protagonista. Es como si la puesta en escena hubiera sido elaborada para ella, y la fotografía y la re-elaboración de la época le calzara a la perfección a su porte de femme fatal.
Más allá del apartado cinematográfico, la película no ha dejado de causar polémica al exaltar la figura del torero y la fiesta taurina. Incluso leí comentarios en los cuales se menciona que se sacrificaron tres toros durante el rodaje. El director, por su parte, declaró que su filme sólo es "una visión romántica y un homenaje a una España exótica" que atraía a los extranjeros, "una película con toros, pero de contexto histórico".
Quiero aclarar que no soy un admirador de la tauromaquia; porque la considero una práctica que debería ser dejada atrás, así como las pelas a muerte de gallos, perros y (¿quién dice que no existen todavía?) las de seres humanos. Si bien en mi juventud y debido a la lectura de Hemingway, llegué a respetar a quiénes se enfundan el traje de lentejuelas y salen al ruedo, dándole un carácter casi romántico a su lucha, pronto caí en cuenta de que no se trataba más que del sufrimiento de otros para la diversión ajena. A pesar de lo anterior, considero que una obra de arte no puede ser juzgada más que desde el punto de vista estético, los juicios morales sobre ellas sólo pueden llevarnos a una serie de equívocos terribles. Por lo tanto, no temo decir que esta Blancanieves se lleva mis palmas como una obra de amplia valía artística.
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