"Los asesinos avanzan con acordes de muerte
a través de un sótano de fotografía,
auriculares puestos, filete sobre plástico,
servido -Ojos alzados hacia la imagen-
¿Qué es lo que puedo perder yo si cae América?
¿Mi cuello? ¿Mi cuerpo?¿Mi personalidad?"
-Allen Ginsbeg, Cruzando la nación.
Estados Unidos es un país, decía Borges, que se había construido en base a un ideal: el de la democracia. Lo notamos en muchos de sus poetas del siglo XIX, pero sobre todo en la obra Walt Whitman que intenta poner a toda una joven república en su poesía. Este ideal, sin embargo, degeneró al mezclarse con el mercantilismo y el imperialismo, ese cambio también se siente en la primera poesía estadounidense del siglo XX. Lo vemos en el Cantar XLV de Ezra Pound contra la usura, en el poema Dejen que América vuelva a ser América de Langston Hughes o en la narración de Una pesadilla con aire acondicionado de Henry Miller.
La caída de América de Allen Ginsberg es sólo la piedra final en todo ese gran edificio espiritual. El poeta comienza con el viaje de regreso a su casa para terminar recorriendo todo un país. En sus travesías se encuentra con el contraste entre la maquinaria industrial y lo natural, el concreto contra el bosque, la belleza de un paisaje desierto, de las grandes planicies contra el movimiento de las ciudades, el jazz y los mantras contras las radioestaciones que predican la guerra y el imperialismo, el erotismo de los cuerpos del pasado frente a los cuerpos desmembrados de la juventud del presente de Vietnam y Jessore, el poema bucólico se contrapone a la elegía. Se envidia a los amigos muertos que se salvaron de ver cómo todo se pudría; porque el destino manifiesto de ese Imperio no es la salvación de la humanidad sino condenarla. No hay esperanza, no hay lugar a donde huir.
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