“Que fuese Burundún el primero en percatarse que la miseria humana, la angustia que le acompaña y la rebeldía que le sigue, tiene su fundación en la palabra articulada, fue memorable hazaña de su inteligencia. Que convenciese a gran parte de sus gobernados de que en la mudez residía la única posibilidad de vegetar perdurando, fue flor de su talento político e inmarcesible realización de su Ministerio de la Propaganda. Pero donde dio su total medida, donde llevó su propio estilo a la maestría, fue en la tarea de recrear los instrumentos de la represión contra los lenguaraces.
¿A quiénes ofende la palabra? A los incapaces de fervor, a los que carecen de imaginación, a los que jamás se hablaron a sí mismos, a los que nunca administraron a las cosas el sacramento del bautismo, a los que ignoran la comparación, a los que pegan a las bestias y a los niños cuando no entienden sus miradas, a los que no quieren ganar fama, a los que temerían confesarse, a los que siempre esperan la delación o la denuncia, a los que no tienen caridad, a los imponentes, a los que no saben qué hacer con la libertad, a los temerosos de la justicia, a los que no pueden trascender de la sensación a la emoción, a los que nada tienen qué decir a un árbol, a un cántaro o a una abeja; a los que fastidia el silbo de un pájaro, a los que cuando levantan el rostro a la noche no sienten sobre su piel el picotear de las estrellas, a los que no escuchan las historias apasionadas que narran los leños en la chimenea, a los que se taponan los oídos para no oír los relatos de viaje del viento, a los que no tienen Dios, ni amada, ni amigo, ni hijo, ni siquiera una bestia que les pida con inundados ojos la caricia de una palabra. A esos tales recurrió Burundún para organizar sus fuerzas punitivas.
Pero como a la ira ciega de los estólidos, hay que ponerle una carnada suculenta, un estremecido cebo vivo. A los incapaces de crear, les autorizó el exterminio; a los que no podrían emular, les impartió autoridad; a los impotentes en la amorosa conquista, les bendijo la violación; a los que tenían manchas en su origen, les permitió que abozalarán a los limpios; a los que vivían en la zozobra espera de una condena, les ofreció su remisión en el crimen; a los fracasados, les deparó la fría venganza contra los cabales.
Y necesitaba Burundún jefes -siquiera fuese de nombre y apenas sobre el papel- para estas tropas de asalto, jefes políticos y militares y eclesiásticos y hasta intelectuales.
Hurgando en el viejo saco de las infamias y en la ancha alforja de las malicias, dio abasto a todo.”
- Jorge Zalamea, El gran Burundún-Burundá ha muerto.
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