Hay dos momentos para escuchar esta canción. El primero es desde la visión juvenil, llena de optimismo y con la que uno llega a la interpretación clásica. Desde esta perspectiva el amor renace y se revitaliza: la naturaleza vivificante ocupa el lugar de lo insensible “como el musguito en la piedra” y la disociación del ser con el mundo se termina “Todo lo cambia el momento / cual mago condescendiente, / nos aleja dulcemente / de rencores y violencias”. El crecimiento es originariamente violento y nos devuelve a lo que llamaremos una edad de la inocencia: “Torbellino de pureza original”. Sólo entonces el amor entra intempestivo, “De par en par la ventana / se abrió como por encanto, / entró el amor con su manto…”. La canción se vuelve, desde esta primera perspectiva, un alegato del sentimiento sobre la razón; porque “lo que puede el sentimiento no lo ha podido el saber” y la revitalización que implica el amar de nuevo a una edad mayor. Esta es la interpretación que, en general, se le da.
Mi segunda lectura implica una visión desde la adultez, más allá de visiones románticas. Volver a los 17 en realidad habla del pavor que produce tener esos sentimientos justo "después de vivir un siglo". No se trata ya de una canción que habla del amor y cómo vivifica; sino de angustia a través de una antítesis con figuras vitalistas. Si vemos la biografía de la autora, notaremos algunas cosas interesantes: para cuando la escribió, Parra estaba enamorada y este amor terminaría en un desencuentro. Esta canción se entrecruza con esta historia, fue incluida en el álbum Últimas canciones, donde la mayoría de las composiciones, incluso la famosa “Gracias a la vida” presentan una tonalidad que revela un carácter depresivo.
Aquí el hecho de que las cosas vuelvan al pasado es en realidad una experiencia dolorosa: la inocencia vuelve y, con ella, cierta ceguera. Creíamos que el velo se había apartado de nuestros ojos, pero de nuevo estamos sin poder percibir el horror del mudo y sabemos que eso es un equívoco, nos reconocemos perdidos; porque, “hasta el feroz animal susurra su dulce trino”, “y al malo sólo el cariño lo vuelve puro sincero”. Vamos hacia atrás en el tiempo, cuando todos van hacia adelante, "Mi paso retrocedido, / cuando el de ustedes avanza", este regreso al pasado es olvidar el camino andado y sus dolores, lo que implica regresar al punto donde iniciaba el aprendizaje de la vida. El amor es una hiedra, planta llena de espinas, que se pega al muro, símbolo de separación del otro ser y hasta de nosotros mismos como una barrera. La canción nos dice que es inevitable su germinar, por más que la limpiemos, por más fuerzas que pongamos en arrancarla desde la raíz; vuelve a crecer una y otra vez como enredadera, hierba mala.
Para comprobar mis suposiciones, debo mirar cada uno de los apartados que implica esta obra. Para empezar, en lo métrico, los textos son décimas y ese es un tipo de medida versal que se había reservado para las quejas (según Lope de Vega); aunque ahora se usa para cualquier tema.
En el apartado musical la emoción desmedida es evidenciada por el sonido de los tambores y las guitarras, al inicio con un golpe rápido como el latido de un corazón acelerado. El ritmo musical acompaña al baile; pues la canción es una sirrilla, tonada popular para ser bailada con un zapateado y de manera mixta. En esa danza, los hombres y las mujeres cambian de pareja constantemente y giran uno alrededor del otro ¿La inestabilidad del amor? ¿También en el baile está el renacimiento, simbolizado en el círculo que siempre retorna?
Tomar partido por una de las dos explicaciones sería un error. Lo más justo, sería decir que la experiencia es dulce y amarga a la vez. El amor, posee un Eros y un Tánatos. "Amor, muerte pequeña", diría Lorca; pero cada amor contiene también su pequeña vida. Lo afectivo ha de crecer para ir de una cosa a la otra; ambas son caras y la misma moneda: de la creación que todo lo destruye o de la destrucción que todo lo crea, sinónimos al fin y al cabo.
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