El amor se nutre también de nuestra capacidad semiótica. Donde antes no había absolutamente nada, vamos llenando todo de símbolos y esos espacios vacíos quedan ahí en cuanto esa persona se marcha, de ello el dolor que sentimos. Cuando alguien nuevo aparece, crea nuevos signos de manera involuntaria; pero eso no quiere decir que los anteriores se llenen. Poco a poco, esos vacíos van quedando en el pasado como cajas que abandonamos en algún sitio y, así como la luz de un relámpago, algunas veces regresan y eso también es involuntario.
Sin importar lo que haya pasado, la felicidad perdura en esos resplandores fugaces y el dolor nos sirve como medio de defensa más adelante; pero si uno se estanca en esos recuerdos o si lo sigue corroyendo el resentimiento con el paso de los años, entonces no hay madurez.
El rencor, expresado como sea expresado, es cáustico no sólo contra la persona a quien se dirige sino contra el que lo profesa. Como me dijo alguien que ahora ha venido a crear esos signos nuevos de los que hablo: “No podés odiar eternamente alguien con quien prácticamente fuiste una sola persona durante un período de tu vida”, en efecto, eso sería como odiarse a sí mismo y cada acción que emprendamos ese sentido también es contra nosotros. Lleva tiempo y experiencia aprender todo esto.
1 comentario:
Hola, Manuel: Muy buena reflexión y muy sabio el consejo que te ha dado esa persona. Gracias por compartir. Un saludo!
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