sábado, 23 de agosto de 2014

23-8

El joven de atención al cliente mira mi pasaporte en el banco:

-¿Les piden visa?-

-Sí.

-Idiotas, no deberían. ¿Usted se viene a quedar a vivir acá?

-No, sólo a estudiar una maestría. Pienso regresar a mi país. 

-Son unos imbéciles. Los latinoamericanos somos lo mismo. No deberían ni pedirles visa, pero éstos por seguirle el juego a los gringos... Ash, en fin. 

Termino mi trámite y regreso a mi apartamento. Enciendo la radio mientras lavo los trastos: 

-¿Y  a qué vienen?- Increpa el locutor a su invitado.- Ya no hay para más gente en México, no podemos ni con los que ya estamos aquí ¿y todavía quieren que les demos cabida? 

-Es una crisis humanitaria-responde el invitado.- No podemos darles la espalda. A los mexicanos también nos toca ser inmigrantes. Ellos sólo vienen de paso y no a quedarse. ¿Con qué cara vamos a exigir que se trate bien a los nuestros si no podemos hacer lo mismo con otros en nuestra propia tierra?

-Pero es que no sólo les basta eso, también quieren intervenir en cómo nos gobernamos y eliminar la oficina de Migración -El sujeto levanta exaltado la voz.- ¿Acaso la constitución de México no nos obliga a expulsarlos sólo con que pidan eso? Sí, expulsarlos de oficio. No hay que olvidar que son migrantes "I-L-E-G-A-L-E-S" y ni siquiera deberían entrar a México sin papeles. Deberíamos de hacer lo mismo que Estados Unidos y deportarlos a sus países de origen. No tenemos por qué resolverles sus problemas. Díganme xenofóbico, no importa. ¿Quienes son ellos para exigir? Mejor que le exijan a su presidente. Que se regresen al lugar del qué salieron y vean cómo solucionan todo allá.  

Apago la radio. Estoy indignado. Hace unos meses hubo una marcha de inmigrantes por las calles del Distrito Federal y muchos fueron apresados al final. Algunos de ellos declararon: "Nosotros somos soldados caídos. Y nuestra guerra fue la falta de oportunidades, el desempleo en nuestros países. Entonces, es por eso que nos vimos en la obligación de migrar". El nombre de la protesta era "Viacrucis del migrante". Marchantes a veces hasta sin piernas o sin brazos y hasta sin rostro (a algunos los extorsionaron echándoles ácido en la cara para que sus familias pagaran rescates cuantiosos), vestidos con lo último que les quedó de un Estado que les dio la espalda. Todos solicitaban lo mismo: una vía de tránsito libre y segura, una forma de huir de tanto infierno: "Ya no queremos ver la muerte en el tren. Subirnos en el tren es como ver la muerte. Ya no queremos que la sangre de nuestro país, de Centroamérica, sea derramada en las vías del tren". Al terminar la manifestación, dieron las gracias en nombre de todos los extranjeros y pidieron de nuevo ser escuchados; pero la verdad es que nadie escucha ni aquí en México ni en Estados Unidos y mucho peor en sus tierras natales.

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