"Era casi de música. Todo el color del cielo
se anudaba a su cola".
Canción para un gato muerto, Roberto Sosa.
Hace unos días murió el gato de nuestra casa, cría de otra gatita que teníamos (y que ahora vive con mis papás). Todos lo habíamos adoptado como propio en la familia. Unos días atrás, enfermó gravemente y no se pudo hacer nada para salvarlo. En principio, pensamos que había comido algún animal venenoso, como una de esas lagartijas o serpientes que siempre evitábamos en vano que cazara; pero cuando la perrita de la vecina cayó enferma exactamente de la misma forma, nos dimos cuenta de que lo habían envenenado.
Doña Virginia, quien perdió sus piernas debido a una enfermedad y entre sus pocas compañías se contaba su mascota ahora muerta, nos contó que tenía sospechas que unas vecinas calle abajo estaban repartiendo carne con veneno en diversas casas. Nuestra indignación fue grande. En principio consideramos que lo hacían con el fin de librarse de las molestias que causaban las mascotas o, ya más paranóicos, que quizás era una avanzada para darle paso a algún maleante. Yo siento que sólo es un síntoma más de una sociedad enferma. Siempre he pensado que una comunidad que no respeta ni siquiera la vida de animales, que no puede sentir empatía por la vida más pequeña, es improbable que respete la de seres humanos y viceversa. Mi hermana, que es psicóloga, acostumbra decir que el maltrato de seres vivos es un comportamiento propio de sujetos con algún tipo de psicopatía y creo que la conclusión es obvia si llevamos eso a un nivel de representación nacional ¿Qué se puede esperar de las personas en un país donde hay veinte asesinatos al día?
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