17
Desde el primer día de la ocupación, los aviones rusos volaban durante toda la noche sobre
Praga. Tomás se había desacostumbrado a aquel ruido y no podía dormir.
Daba vueltas en la cama mientras Teresa dormía y se acordaba de lo que había dicho hacía
tiempo en una conversación intrascendente. Estaban hablando de su amigo Z. y ella afirmó: «Si no te
hubiera encontrado a ti, seguro que me hubiera enamorado de él».
Ya en esa ocasión aquellas palabras le produjeron a Tomás una extraña melancolía. Y es que
de pronto se dio cuenta de que era mera casualidad el que Teresa lo amase a él y no a su amigo Z. Se
dio cuenta de que, además del amor de ella por Tomás, hecho realidad, existe en el reino de lo posible
una cantidad infinita de amores no realizados por otros hombres.
Todos consideramos impensable que el amor de nuestra vida pueda ser algo leve, sin peso;
creemos que nuestro amor es algo que tenía que ser; que sin él nuestra vida no sería nuestra vida. Nos
parece que el propio huraño Beethoven, con su terrible melena, toca para nuestro gran amor su «es
muss sein!».
Tomás se acordaba del comentario de Teresa sobre el amigo Z. y constataba que la historia del
amor de su vida no iba acompañada del sonido de ningún «es muss sein!», sino más bien por el de «es
kónnte auch anders sein»: también podía haber sido de otro modo.
Hace siete años se produjo casualmente en el hospital de la ciudad de Teresa un complicado
caso de enfermedad cerebral, a causa del cual llamaron con urgencia a consulta al director del hospital
de Tomás. Pero el director tenía casualmente una ciática, no podía moverse y envió en su lugar a
Tomás a aquel hospital local. En la ciudad había cinco hoteles, pero Tomás fue a parar casualmente
justo a aquél donde trabajaba Teresa. Casualmente le sobró un poco de tiempo para ir al restaurante
antes de la salida del tren. Teresa casualmente estaba de servicio y casualmente atendió la mesa de
Tomás. Hizo falta que se produjeran seis casualidades para empujar a Tomás hacia Teresa, como si él
mismo no tuviera ganas.
Regresó a Bohemia por su causa. Una decisión tan trascendental se basaba en un amor tan
casual que no hubiera existido si su jefe no hubiera tenido la ciática hacía siete años. Y aquella mujer,
aquella personificación de la casualidad absoluta yace ahora a su lado y respira profundamente mientras
duerme.
Estaba ya bien entrada la noche. Sentía que le empezaba a doler el estómago, tal como solía
ocurrirle en los momentos de angustia.
La respiración de ella se transformó una o dos veces en un suave ronquido. Tomás no sentía en
su interior ninguna clase de compasión. Lo único que sentía era la presión en el estómago y la
desesperación por haber regresado.
-Milan Kundera, La insoportable levedad del ser.
No hay comentarios:
Publicar un comentario