“—Días después, cenamos juntos, con el propósito de hablar algo concreto. Por primera vez puse al corriente a Molina de dejarlo en Europa con cargo consular o diplomático, cumpliendo instrucciones del General Bonilla.
Hablamos por espacio de tres o cuatro horas sobre la conveniencia, en todo sentido, de la permanencia del compatriota en el viejo mundo.
Molina escuchó, pero no impugnó en favor ni en contra la idea. Únicamente pidió una tregua para la respuesta, tiempo que aproveché para ponerme en contacto con el poeta argentino Leopoldo Díaz, que desempeñaba las funciones de cónsul de su país en Ginebra, Suiza.
Díaz me oyó atentamente y muy complacido me dijo que haría todo lo posible para que Molina se marchara con él; que sería un honor y gran satisfacción cultivar relaciones con el vate hondureño.
Yo, esperanzado con todos los trabajos desplegados en favor del paisano, tenía seguridad de que Molina no renunciaría a posición y comodidad en medio de gentes de su misma o superior cultura intelectual. Pero sucedió lo imprevisto: de Molina se apoderó una gran tristeza, de cierta enfermiza melancolía, renunciando a quedarse en Europa; la nostalgia de la tierra lo arrastraba con fuerza hipnótica.”
-Arturo Oquelí, Lo que dijo Don Fausto.
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