Tracy K. Smith (Falmouth, Massachusetts, 1972) pasó la mayor parte de su infancia en Carolina del Norte. Más adelante, y a pesar de que su familia tenía raíces en Kansas, viajó por todo Estados Unidos debido al trabajo de su padre como ingeniero de la NASA. Actualmente es profesora de Escritura Creativa en la Universidad de Princeton, reside en Nueva York con su esposo, ha publicado tres libros de poesía y fue galardonada con el Premio Pulitzer de poesía 2012 por su obra Vida en Marte.
Al respecto de este libro, me gustaría decir que es un texto de diferentes registros: una elegía a la muerte de su padre (ingeniero del telescopio espacial Hubble), además es un poemario lleno de referencias a la ciencia ficción, el absurdo de violencia humana, la necesidad de un escape, al erotismo como liberación y un canto de proporciones cósmicas con David Bowie como banda sonora del universo (de hecho, el título del libro es una respuesta afirmativa a la canción Life on mars?).
Dios mío, está lleno de estrellas
3
Quizá el gran error sea creer que estamos solos,
que los otros vinieron y se marcharon -en un abrir y cerrar de ojos-
cuando en toda su extensión, el universo podría estar congestionado,
repleto hasta los bordes de energías que jamás sentimos
ni vemos, que se adhieren a nosotros, viviendo, muriendo, diciendo,
pisando con pies de plomo cualquier planeta,
doblegando a las estrellas gigantes que dominan, arrojando rocas
a cualquiera de sus lunas. Viven preguntándose
si son los únicos, sólo conocen el deseo de conocer,
y esa gran distancia negra en la que ellos -y nosotros- palpitamos.
Quizá los muertos comprendan, sus ojos abiertos al final,
viendo las altas luces de un millón de galaxias tilitando
en el crepúsculo. Oyendo la ignición de motores, trompas
que no dan tregua, el frenesí del ser. Lo quiero
rayando la locura, como una radio sin dial.
Completamente abierto, para que todo se inunde de una vez.
Y bien sellado, para que nada escape. Ni siquiera el tiempo
que ha de curvarse sobre sí mismo y hacer un bucle como el humo.
Entonces yo podría estar ahora sentada con mi padre
mientras pone su fósforo encendido en el hueco de su pipa
por primera vez en el invierno de 1959.
4
En esas últimas escenas de 2001, de Kubrick,
cuando Dave es sacudido en el centro del espacio,
en el que se despliega una aurora de luz orgásmica
antes de abrirse ampliamente, como una orquídea salvaje
para una abeja perdidamente enamorada, y después se diluye
como la pintura en el agua, y entonces una gasa brota y desaparece,
antes, por fin, la marea de la noche, luminiscente
y confusa, se arremolina dentro, una y otra vez...
En las últimas escenas, mientras él flota
por encima de los grandes cañones y de los mares de Júpiter,
en los llanos inundados de lava y en las montañas
congeladas, en todo ese tiempo, él no parpadea.
En su pequeña nave, pilotando a ciegas, sacudido
a través de la pantalla panorámica del tiempo indivisible,
¿Qué brillará en su mente?
¿Sigue moviéndose en la vida,
o termina al final de lo que se puede nombrar?
En el plató, una toma tras otra, Kubrick disfruta,
después el vestuario vuelve a sus estantes
y la gran sala iluminada se apaga.
5
Cuando mi padre trabajaba en el Telescopio Hubble, dijo
que trabajaban como cirujanos: desinfectados y empapelados
de verde, un frío aséptico y luz blanca en la sala.
Leía a Larry Nieven en casa, bebía whisky escocés con hielo,
sus ojos exhaustos y enrojecidos. Eran los años de Reagan,
cuando vivíamos con el dedo sobre El Botón y nos esforzábamos
por ver a nuestros enemigos como a niños. Mi padre pasó temporadas enteras
postrado ante el ojo del oráculo, hambriento de hallazgos.
Su rostro se iluminaba cada vez que alguien le preguntaba, y levantaba los brazos
como si flotara, confortablemente en la interminable
noche del espacio. En el patio atábamos a los globos mensajes
de paz. El príncipe Carlos se casó con Lady Di. Murió Rock Hudson.
Aprendimos nuevos nombres para las cosas. Cambiamos de década.
Las primeras imágenes llegaron borrosas y me sentí avergonzada
de todos aquellos alegres ingenieros, mi padre y su tribu. La segunda vez
las lentes acertaron. Vimos hasta el confín de todo lo que allí había.
Tan brutal y tan vivo, que parecía abrazarnos.
Dios mío, está lleno de estrellas
3
Quizá el gran error sea creer que estamos solos,
que los otros vinieron y se marcharon -en un abrir y cerrar de ojos-
cuando en toda su extensión, el universo podría estar congestionado,
repleto hasta los bordes de energías que jamás sentimos
ni vemos, que se adhieren a nosotros, viviendo, muriendo, diciendo,
pisando con pies de plomo cualquier planeta,
doblegando a las estrellas gigantes que dominan, arrojando rocas
a cualquiera de sus lunas. Viven preguntándose
si son los únicos, sólo conocen el deseo de conocer,
y esa gran distancia negra en la que ellos -y nosotros- palpitamos.
Quizá los muertos comprendan, sus ojos abiertos al final,
viendo las altas luces de un millón de galaxias tilitando
en el crepúsculo. Oyendo la ignición de motores, trompas
que no dan tregua, el frenesí del ser. Lo quiero
rayando la locura, como una radio sin dial.
Completamente abierto, para que todo se inunde de una vez.
Y bien sellado, para que nada escape. Ni siquiera el tiempo
que ha de curvarse sobre sí mismo y hacer un bucle como el humo.
Entonces yo podría estar ahora sentada con mi padre
mientras pone su fósforo encendido en el hueco de su pipa
por primera vez en el invierno de 1959.
4
En esas últimas escenas de 2001, de Kubrick,
cuando Dave es sacudido en el centro del espacio,
en el que se despliega una aurora de luz orgásmica
antes de abrirse ampliamente, como una orquídea salvaje
para una abeja perdidamente enamorada, y después se diluye
como la pintura en el agua, y entonces una gasa brota y desaparece,
antes, por fin, la marea de la noche, luminiscente
y confusa, se arremolina dentro, una y otra vez...
En las últimas escenas, mientras él flota
por encima de los grandes cañones y de los mares de Júpiter,
en los llanos inundados de lava y en las montañas
congeladas, en todo ese tiempo, él no parpadea.
En su pequeña nave, pilotando a ciegas, sacudido
a través de la pantalla panorámica del tiempo indivisible,
¿Qué brillará en su mente?
¿Sigue moviéndose en la vida,
o termina al final de lo que se puede nombrar?
En el plató, una toma tras otra, Kubrick disfruta,
después el vestuario vuelve a sus estantes
y la gran sala iluminada se apaga.
5
Cuando mi padre trabajaba en el Telescopio Hubble, dijo
que trabajaban como cirujanos: desinfectados y empapelados
de verde, un frío aséptico y luz blanca en la sala.
Leía a Larry Nieven en casa, bebía whisky escocés con hielo,
sus ojos exhaustos y enrojecidos. Eran los años de Reagan,
cuando vivíamos con el dedo sobre El Botón y nos esforzábamos
por ver a nuestros enemigos como a niños. Mi padre pasó temporadas enteras
postrado ante el ojo del oráculo, hambriento de hallazgos.
Su rostro se iluminaba cada vez que alguien le preguntaba, y levantaba los brazos
como si flotara, confortablemente en la interminable
noche del espacio. En el patio atábamos a los globos mensajes
de paz. El príncipe Carlos se casó con Lady Di. Murió Rock Hudson.
Aprendimos nuevos nombres para las cosas. Cambiamos de década.
Las primeras imágenes llegaron borrosas y me sentí avergonzada
de todos aquellos alegres ingenieros, mi padre y su tribu. La segunda vez
las lentes acertaron. Vimos hasta el confín de todo lo que allí había.
Tan brutal y tan vivo, que parecía abrazarnos.
El universo es una fiesta
El universo se expande. Mira: postales,
y bragas, botellas con restos de carmín en la boquilla,
calcetines huérfanos y servilletas exprimidas.
Rápido, sin palabras, todo revuelto en un archivo.
Con frecuencia diales de una generación anterior
arrastrando hacia el extremo de lo que no tiene final,
como el aire dentro de un globo ¿Brilla?
¿Entonarán nuestros ojos?¿es líquida o atómica,
una conflagración de soles? Parece esa clase de fiestas
a la que tus vecinos olvidaron invitarte: graves sonidos que vibran
a través de las paredes, y todos golpeándose, borrachos
en el tejado. Machacamos cristales con una fuerza imposible,
lanzándolos hacia el futuro, y al sueño de los seres
le daremos la bienvenida con una infatigable hospitalidad:
¡Qué bien que hayáis venido! No vamos a retroceder
ante las bocas irritadas y las extremidades granosas. Nos alzaremos
gráciles, robustos. Mi casa es su casa. Nunca sonó tan sincero.
Al vernos sabrán exactamente qué queremos decir.
Por supuesto es nuestra. Si de alguien, es nuestro.
El museo de la obsolescencia
Cuánto lo codiciábamos entonces. Tanto
que nos habría salvado, pero vivió,
en cambio, su propio momento, regresando
a la inutilidad con la muda aprobación
de una nueva piel. Nos mira al mirarlo:
nuestros ojos cansados, nuestra temperatura, corazones
de relojería tras nuestras camisas. Estamos aquí
para reírnos de las baratijas, de las ingenuas herramientas,
de esas réplicas de réplicas apiladas como ladrillos.
Hay billetes verdes y bidones de aceite.
Tarros de miel robados de alguna tumba. Libros
sobre guerras, mapas de estrellas muertas.
En el ala sur hay una pequeña habitación
donde se exhibe a un hombre vivo. Pregunta,
y te describirá antiguas religiones. Si
te ríes, se echará las manos a la cabeza
y suspirará. Cuando muera, lo reemplazarán
por un vídeo en bucle ad infinitum.
Habrá exposiciones itinerantes. "Amor"
estuvo una temporada, seguida de "Enfermedad",
Conceptos difíciles de entender. Lo último que ves
(Tras un espejo -¿Un chiste de alguien?-)
Es una imagen del viejo planeta tomada desde el espacio.
Fuera, hay quien vende camisetas de los Hawks a tres por ocho.
¿No te preguntas a veces?
1
Al caer la noche, las estrellas brillan como el hielo y la distancia que abarcan
oculta algo elemental. No a Dios exactamente. Más bien
algún escualido con el rutilante espíritu de Bowie -Un Starman
o un as cósmico que se debate, se tambalea y sufre para que podamos ver.
¿Y qué haríamos nosotros, tú y yo, si pudiéramos saber con seguridad
que alguien estaba allí con los ojos entornados por el polvo,
diciendo que nada está perdido, que todo vive tan solo esperando
volver a ser querido lo suficiente? ¿Irías entonces,
incluso por un par de noches, hacia esa otra vida en la que tú
y aquel primero que ella amaba, ignorante del futuro y feliz?
¿Me pongo el abrigo y vuelvo a la cocina, donde mi
madre y padre esperan sentados, calentando la cena en el hornillo?
Bowie nunca morirá. Nada se lo llevará mientras duerme.
Ni atacará sus maneras. Y nunca se hará viejo
como la mujer que perdiste, que siempre será morena
y sonrojada corre hacia una pantalla electrónica
que marca los minutos, los kilómetros aún por recorrer. Como esa vida
en la que soy siempre una niña mirando por la ventana hacia el cielo nocturno
pensando que un día tocaré el mundo con las manos desnudas,
incluso si éste quema.
El alma
La voz es clara. Pesa. Como las piedras
abandonadas en aguas tranquilas, o caídas
una tras otra desde un muro bajo.
Quiebra cuanto recuerda.
No deja señales, pero las conserva.
Y el silencio que las rodea es una puerta
perforada por la luz. Una prenda
que marca los senos, la intimidad
entre los muslos. El cuerpo es lo que nos empuja
tensándose al avanzar, bailando al alejarse.
Pero es la voz lo que nos invade. Incluso
sin decir nada. Incluso sin decir nada
una y otra vez ausente de sí.
El universo: banda sonora original.
La primera canción todavía retumba. Platillos y cajón, además
algunos compases de saxo abrazarán muy pronto más allá de la estratosfera.
Sintetizadores. Más tarde algo parecido al celofán
rompiéndose, como si estuviera pegado a un zapato. Se arruga y se arrastra. Ruido blanco,
ruido negro. Deben ser voces que suben y bajan, como virutas de metal
en la melaza. Demasiado para nosotros. Demasiado para las banderas que aborrecimos
en planetas secos como la tiza, para las latas que llenamos de fuego
y cabalgamos como vaqueros sobre todo aquello que intentamos domesticar. Escucha:
La oscuridad que entonces imaginábamos ahora es audible, zumba,
mármol repelente con carne cartilaginosa. Vibra un coro de motores.
Cuanto desaparece,
desaparece como si fuera a parar a otro sitio.
La velocidad de la creencia
En memoria de Floyd William Smith, 1935-2008
Yo no quería esperar de rodillas
en una habitación hecha de vigilia.
Cuarto en el que escuchábamos crecer
su respiración, el murmullo en su garganta.
Yo no quería orquídeas ni bandejas
de comida destinadas a aumentar ese silencio.
No quería rezar para que él se quedase, y que luego
finalmente, se marchara hacia esa extática luz.
Yo no quería creer
lo que se cree en esas habitaciones.
Que hemos sido bendecidos, dejando ir,
dejando que alguien, que cualquiera,
se arrastre y abra las ventanas y tire de nosotros
para hacernos regresar a nuestras cegadoras y brillantes vidas.
***
¿Qué libera la tormenta? Espíritus despojados de su carne en su lento caminar.
Los mendigos aprenden de las ciudades, cuando no hay lugar donde acostarse: caminar.
Por la noche, las calles son campos de minas. Sólo las sirenas ahogan con sus gritos.
si alguien te persigue, aférrate a ti mismo y corre, no, camina.
Vagué entre las noches de ventanas encendidas, la risa dentro de las paredes.
La única separación entre las farolas, estrellas errantes. Debajo nadie caminaba.
Cuando creíamos en el inframundo, enterrábamos los tesoros de nuestros muertos.
País de perros y esclavos por donde fantasmas con túnicas de oro caminan.
Amores furiosos se aparecen en sueños, aún furiosos por nimiedades. Muéstrales la salida.
Esta cama está llena. Nuestros miembros se enredan, pero nuestras sombras caminan.
Quizá entonces baste un par de estaciones y regresar a las cenizas.
Sin niños que lleven nuestros nombres. Sin pena. La vida será breve y vacía caminata.
Mi padre no dejará de moverse, aunque sus piernas fueran enterradas en pantalones y calcetines.
¿Pero todo lo que sabía -y todo lo que debería saber- dónde camina?
***
Probablemente dio vueltas sobre sí mismo
y aterrizo de lleno en aquel lugar, con su nuevo
cuerpo capaz, delgado, vibrando a la velocidad
de la creencia. Quizás ella estaba esperando
en esa luz que todo el mundo describe
la llamó para hacerla venir. Lo más seguro es que
pasaran juntos todo el primer día, caminando
más allá de la ciudad y las afueras, en las huertas
donde hay perfectos higos y ciruelas madurando
sin miedo. Nos dijeron que no
nos apresuráramos en buscarlos. Que tampoco
visitáramos sus cuerpos enterrados. Ellos son
lo que algunas veces impulsa
a las personas a quedar atrapadas en infiernos imposibles.
Los que después recuerdan: "escuché una voz
diciéndome vete, como por arte de magia, ya estaba listo
para irme".
***
¿Qué ocurre cuando el cuerpo cede?
Cuando lo que nos retiene se desplaza a...
¿Permanecerán intactos nuestros bienes?
Siendo yo niña, mi padre era el señor
de un pequeño reino: una mujer, un jardín,
niños para quienes su palabra era La Palabra.
Tardé años en madurar mi óptica
hasta que pude reducirlo a una talla humana
y darme cuenta que la puerta estaba abierta.
La crucé, y mis ojos
lo devoraron todo, sin dar importancia a
como se corta. La purga fue mi premio.
Ya era libre, hija de nadie,
afinando mi risa, ingrávida y fácil.
***
Saliste de tu cuerpo.
Te lo quitaste como un abrigo
¿Y te arrastrará de nuevo
como carne, voz, olor?
¿Qué fuego quema sin tocarlo,
y en qué se convierte?
¿Quiénes son los que se mueven
por estas habitaciones sin apenas
obstáculos de sombras?
Si eres uno de ellos, alabo
al dios de todos los dioses, que es
nada y ninguna parte, una ley,
inmutable prueba. Y si te amarra
la rutina o quieres ser uno de los nuestros
otra vez, ruego por tu espera,
para quebrar el mundo
a través de mí.
No es
Para Jean.
Que la muerte estaba pensando en ti o en mí
o en nuestra familia, o en la mujer
que nuestro padre abandonaría cuando falleció.
La muerte estaba pensando en su deuda:
su viaje más allá del cuerpo, de la ropa.
Más allá de la nube de impuestos periódicos,
el coche y su transfusión de gasolina, los árboles
pesados en su jardín. La muerte le alejó
del cuarto de herramientas, el congelador lleno de carne,
la televisión diciendo una y otra vez Buscad
Y encontraréis. Entonces, ¿por qué insistimos
en que ha desaparecido, en que la muerte robó
todo lo que merecía la pena tener?¿Por qué no que estaba
nadando en esta vida -con su lento,
y elegante braceo, los hombros haciendo ondas,
las piernas cortando las olas, deslizándose
en la profundidad de lo que la misma vida niega?
Él sólo se ha ido, es lo que podemos decir. Pero
cuando lo intento, veo la nube blanca de su cabello
como una eternidad en la distancia.
Vida en marte
4
¿De qué otra manera podríamos hacer las cosas tan mal,
como una historia hecha trizas y contada al revés?
6
¿Quién entiende el mundo y cuándo hará
Él que éste tenga sentido?¿O Ella?
Quizás haya un par de ellos y se sienten
a observar la crema deshaciéndose en su café.
Como la bomba atómica, se parece a eso, dice uno
mientras coloca un enjambre de coordenadas
sobre una cuadrícula gigante. Intercambian sonrisas.
Es tan sencillo que lo habrán terminado para el almuerzo.
Tendrán toda la tarde para nombrar
los espacios entre los espacio, esos que sus ojos
han sido enterrados para distinguir. Nada
se les escapa. Y cuando la nada que es
algo se arrastra hacia ellos, queriendo
ser sentida, la sienten. Entonces anotan
ecuación tras ecuación, sonriéndose mutuamente,
los labios fuertemente sellados.
8
La tierra bajo nosotros. La tierra
alrededor y encima. La tierra
empujando hacia arriba contra nuestras casas,
cómplice de la gravedad. La tierra
sin edad, viéndonos erguirnos y acurrucarnos.
Nuestras espadas, nuestros bueyes, las líneas dentadas
que surcamos en la tierra. La tierra
sesgada y dividida en territorios
saboteada y llena de hoyos. Taponada con fuerza.
Trampeada. La tierra se marca con minas,
paciente, esperando su momento. La tierra
flotando en la oscuridad, suspendida en el giro.
La tierra a toda velocidad alrededor del sol.
La tierra a la que nos subimos con incredulidad.
La tierra que saqueamos como ladrones.
La tierra cubierta de lodo en el vientre
de un pueblo sin comida. Enterrándonos.
La tierra que se desprende de nuestros zapatos.
Deben amar todo lo que él ha elegido y odiar todo lo que él ha rechazado.
VI
Ponlos en fila. Vamos a mirarlos a la cara.
No hay ninguno tan feo como nos gustaría.
Inadvertidos, ellos van por la vida
con la concentración habitual. Pagan
sus deudas poco a poco. Diezman.
Se sienten generalmente orgullosos de su propia devoción
al principio. Y qué radiante es cada uno de ellos,
tocados por el entendimiento, preparados para aguantar
e ir hacia esa inconfundible luz.
El buen combate, uno a uno ascienden,
creyendo en lo que hacen, postrándose
ante aquello que los lleva. Y, sin miedo, animados
con tanto con tanto entusiasmo como sea posible
ellos van.
Todo lo que siempre fue
Como una gran estela, ondulándose
infinitamente en la distancia de todo
Lo que siempre fue, aún es, en algún lugar,
flotando cerca de la superficie, manteniendo
su hambre de ti o de mí
y el presente que hemos nombrado
y del que hemos hecho un lugar.
Como la marejada, a veces
resurge, reclamando un pedacito
de donde nos hallamos.
Como el viento que la lluvia azota,
barre las hojas de un lado a otro,
batiendo las ventanas
que no cerramos con la rapidez suficiente.
El agua embarrada tardará días en secar.
Nos sorprendió anoche en mi sueño.
Comida caída del cielo. Puesta directamente
entre nosotros, mientras tus ojos
giraban hacia los míos, y mis manos
se posaron enhebrando un hilo en mi regazo.
Sostenido, era tan delgado. Y cuando al final
tú me alcanzaste, se retiró,
desolado, pero no vencido. Hoy
fuera lo que fuera parecía escaso, un rastro
de nube ascendiendo como el humo.
Y los árboles que miran mientras escribo
se balancean con la brisa, como si todo cuanto se agita
bajo el barro fuera un pequeño cosquilleo del conocimiento.
Las grandes raíces ciegas se reirán
y empujarán tarde o temprano más allá.
Guía de campo
Tú eras tú, pero de vez en cuando te transformabas.
A veces tu cara era de uno o de otro él,
y cuando te encaraba, tu cuerpo se estremecía.
Querías estar solo, -en paz. te abalanzaste
sobre las calles inundadas por el gentío: mujeres
con mochilas, o abalorios de madera. Chicas conteniendo el humo
un momento en sus bocas rojas para soltarlo después,
aparentando, pero sin tragarlo. Tú te reías
como un hombre que sabe forzar una caja fuerte.
Cuando llegó el punto en que tú eras el único
él, tuve que salir de ahí por debajo, sentarme
y poner mis pies en el suelo. ¿No había vivido esto
ya antes? Es de día pero la luz aún es oscura.
Llueve en el jardín y una paloma repite
¿Dónde?¿Estás?¿Tú? Esto dura un rato, pero una voz
responde por fin. Una larga frase. Una y otra
vez. Con urgencia. Sin hartarse aunque la paloma
ya parezca satisfecha.
Deseo de otoño
La habitación es roja, como nuestro
interior. Entramos
y mi corazón canta su melodía
de pronto, pronto. Me arrodillo
en la cama y espero. El silencio
detrás de mí eres tú, respiración entrecortada
que no susurra nada. Esto durará.
Me agarro a las sábanas, diciéndole al tiempo
que se se vaya. Cierro los ojos
y el rojo se apago, oscuro,
una buscada distancia que se aleja
en cuanto nos acercamos.
Sueño con una pequeña parcela y seis
cabritillas. Cada noche llueve.
Cada mañana el sol se abre camino
y la tierra vuelve a ser firme bajo nuestros pies.
Estoy escribiendo esto, así que será cierto.
Entra por un momento en tu vida,
pero júntate conmigo al anochecer
en un bar donde la música emerge
de una rockola empapelada de billetes sucios,
regresaremos descalzos por la noche,
intentando que nuestros zapatos se salven
de la lluvia. Nos reiremos
recordando todas aquellas cosas
que nos machacaban en nuestra anterior vida,
y esas cabras tontas, ávidas de cualquier cosa
lo suficientemente blanda para triturar entre sus dientes.
Canción
Pienso en tus manos hace tantos años
aprendiendo a usar el lápiz, o en apuros,
por abrochar el abrigo. Manos que escondiste en clase,
uñas que mordiste distraída. La desgarbada autoridad
con las que fluían por el aire cuando sabías
que conocías la respuesta. Pienso en ellas abiertas
por la noche, en los dedos disputando algo
a tu nariz, o sepultados en la cueva de tu oreja.
Todas las cosas que hicieron cautelosa y deliberadamente,
obedientes a los caprichos más necesarios. Sus vergüenzas.
Como se equivocaban. Aquellos que no olvidarán con el tiempo.
O ahora. Apoyadas sobre el volante, o rozando tus rodillas.
Intento decidir qué sienten cuando se despiertan
y descubren que mi cuerpo está cerca. Antes de tocar.
Soltando el sustento de nuestro íntimo baile.
Cuando tu pequeña forma descendió hasta mí
me tumbo como una alfombra de leopardo en la cama:
boca abajo, con las piernas abiertas. Era invierno.
Día de trabajo. Tu padre posaba los pies en el suelo.
Arriba, los niños arrastraban algo hacia adelante y hacia atrás,
haciendo chirriar las ruedas. Me quedé vacía, sacudida
por lo que se genera, como un torbellino, e irrumpe
todas las noches en esta habitación. Tú has debido ver
como se sentía siempre, buscando
lo que nos arrasó como un incendio.
Necesitando el peso, deseando el deseo, muriendo
para descender hasta la carne, la culpa, el breve éxtasis de la espera.
¿De qué sueño del mundo te retorcías liberada?
¿Qué se elevó -y qué dolió- cuando dirigiste tu voluntad
hasta el sí de mi cuerpo tan vivo entre las sábanas?
Nosotros y Cía.
Estamos aquí el equivalente de un rato
un día como mucho.
Palpamos para reconocer el terreno,
nuestros propios miembros,
Chocan contra una manada de cuerpos,
hasta que uno se convierte en hogar.
Instantes efímeros. La hierba se dobla
pero aprende a levantarse de nuevo.
Deben amar todo lo que él ha elegido y odiar todo lo que él ha rechazado.
VI
Ponlos en fila. Vamos a mirarlos a la cara.
No hay ninguno tan feo como nos gustaría.
Inadvertidos, ellos van por la vida
con la concentración habitual. Pagan
sus deudas poco a poco. Diezman.
Se sienten generalmente orgullosos de su propia devoción
al principio. Y qué radiante es cada uno de ellos,
tocados por el entendimiento, preparados para aguantar
e ir hacia esa inconfundible luz.
El buen combate, uno a uno ascienden,
creyendo en lo que hacen, postrándose
ante aquello que los lleva. Y, sin miedo, animados
con tanto con tanto entusiasmo como sea posible
ellos van.
Todo lo que siempre fue
Como una gran estela, ondulándose
infinitamente en la distancia de todo
Lo que siempre fue, aún es, en algún lugar,
flotando cerca de la superficie, manteniendo
su hambre de ti o de mí
y el presente que hemos nombrado
y del que hemos hecho un lugar.
Como la marejada, a veces
resurge, reclamando un pedacito
de donde nos hallamos.
Como el viento que la lluvia azota,
barre las hojas de un lado a otro,
batiendo las ventanas
que no cerramos con la rapidez suficiente.
El agua embarrada tardará días en secar.
Nos sorprendió anoche en mi sueño.
Comida caída del cielo. Puesta directamente
entre nosotros, mientras tus ojos
giraban hacia los míos, y mis manos
se posaron enhebrando un hilo en mi regazo.
Sostenido, era tan delgado. Y cuando al final
tú me alcanzaste, se retiró,
desolado, pero no vencido. Hoy
fuera lo que fuera parecía escaso, un rastro
de nube ascendiendo como el humo.
Y los árboles que miran mientras escribo
se balancean con la brisa, como si todo cuanto se agita
bajo el barro fuera un pequeño cosquilleo del conocimiento.
Las grandes raíces ciegas se reirán
y empujarán tarde o temprano más allá.
Guía de campo
Tú eras tú, pero de vez en cuando te transformabas.
A veces tu cara era de uno o de otro él,
y cuando te encaraba, tu cuerpo se estremecía.
Querías estar solo, -en paz. te abalanzaste
sobre las calles inundadas por el gentío: mujeres
con mochilas, o abalorios de madera. Chicas conteniendo el humo
un momento en sus bocas rojas para soltarlo después,
aparentando, pero sin tragarlo. Tú te reías
como un hombre que sabe forzar una caja fuerte.
Cuando llegó el punto en que tú eras el único
él, tuve que salir de ahí por debajo, sentarme
y poner mis pies en el suelo. ¿No había vivido esto
ya antes? Es de día pero la luz aún es oscura.
Llueve en el jardín y una paloma repite
¿Dónde?¿Estás?¿Tú? Esto dura un rato, pero una voz
responde por fin. Una larga frase. Una y otra
vez. Con urgencia. Sin hartarse aunque la paloma
ya parezca satisfecha.
Deseo de otoño
La habitación es roja, como nuestro
interior. Entramos
y mi corazón canta su melodía
de pronto, pronto. Me arrodillo
en la cama y espero. El silencio
detrás de mí eres tú, respiración entrecortada
que no susurra nada. Esto durará.
Me agarro a las sábanas, diciéndole al tiempo
que se se vaya. Cierro los ojos
y el rojo se apago, oscuro,
una buscada distancia que se aleja
en cuanto nos acercamos.
Sueño con una pequeña parcela y seis
cabritillas. Cada noche llueve.
Cada mañana el sol se abre camino
y la tierra vuelve a ser firme bajo nuestros pies.
Estoy escribiendo esto, así que será cierto.
Entra por un momento en tu vida,
pero júntate conmigo al anochecer
en un bar donde la música emerge
de una rockola empapelada de billetes sucios,
regresaremos descalzos por la noche,
intentando que nuestros zapatos se salven
de la lluvia. Nos reiremos
recordando todas aquellas cosas
que nos machacaban en nuestra anterior vida,
y esas cabras tontas, ávidas de cualquier cosa
lo suficientemente blanda para triturar entre sus dientes.
Canción
Pienso en tus manos hace tantos años
aprendiendo a usar el lápiz, o en apuros,
por abrochar el abrigo. Manos que escondiste en clase,
uñas que mordiste distraída. La desgarbada autoridad
con las que fluían por el aire cuando sabías
que conocías la respuesta. Pienso en ellas abiertas
por la noche, en los dedos disputando algo
a tu nariz, o sepultados en la cueva de tu oreja.
Todas las cosas que hicieron cautelosa y deliberadamente,
obedientes a los caprichos más necesarios. Sus vergüenzas.
Como se equivocaban. Aquellos que no olvidarán con el tiempo.
O ahora. Apoyadas sobre el volante, o rozando tus rodillas.
Intento decidir qué sienten cuando se despiertan
y descubren que mi cuerpo está cerca. Antes de tocar.
Soltando el sustento de nuestro íntimo baile.
Cuando tu pequeña forma descendió hasta mí
me tumbo como una alfombra de leopardo en la cama:
boca abajo, con las piernas abiertas. Era invierno.
Día de trabajo. Tu padre posaba los pies en el suelo.
Arriba, los niños arrastraban algo hacia adelante y hacia atrás,
haciendo chirriar las ruedas. Me quedé vacía, sacudida
por lo que se genera, como un torbellino, e irrumpe
todas las noches en esta habitación. Tú has debido ver
como se sentía siempre, buscando
lo que nos arrasó como un incendio.
Necesitando el peso, deseando el deseo, muriendo
para descender hasta la carne, la culpa, el breve éxtasis de la espera.
¿De qué sueño del mundo te retorcías liberada?
¿Qué se elevó -y qué dolió- cuando dirigiste tu voluntad
hasta el sí de mi cuerpo tan vivo entre las sábanas?
Nosotros y Cía.
Estamos aquí el equivalente de un rato
un día como mucho.
Palpamos para reconocer el terreno,
nuestros propios miembros,
Chocan contra una manada de cuerpos,
hasta que uno se convierte en hogar.
Instantes efímeros. La hierba se dobla
pero aprende a levantarse de nuevo.
2 comentarios:
Buenas noches, amigo.
Yo soy brasileño y yo tengo un blog. Voy a hacer uns traducciones al portugués de Tracy K. Smith bsadas en las tuyas.
Mi blog es Ars Poetica et Humanitas.
Espero una visita. El link de mi blog es:
http://arspoeticaethumanitas.blogspot.com.br/
Buenas noches. La traducción al español no es mía, sino de la edición que aparece en la fotografía. Un saludo y gracias por tu blog.
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