Yo no vine aquí, viniste tú.
Yo no te esperaba y te besé.
Se supone que debo callar.
Se supone que debo seguir.
Se supone que no debo protestar.
Se supone que eres un regalo
que se me rompió enseguida
y ahora nada, lo de siempre.
Se supone que eres el sombrero
de una fiesta, de ésos de cartón
para la ocasión.
Oh, mujer,
si supieras lo breve que entraba la luz
en la casa de un niño en un alto edificio
y que era la hora esperada del día,
no me hubieras tocado en el hombro una vez.
Oh, mujer,
si supieras lo breve que entraba esa luz
en una casa que se llamaba la noche,
en una casa en la que no había más puertas
que las de la razón de aquel niño sin fe.
Ahora se supone y nada más,
yo también quisiera suponer
que la cobardía no existió,
que es un viejo cuento de dormir;
pero quedo yo en medio de mí
y en medio de las mismas paredes
sonriendo a los amigos,
yendo allá, desayunando;
pero quedo yo aquí
aplaudiendo una vez más
a los fantasmas de las tres.
Oh, mujer,
ojalá que contigo se acabe el amor,
ojalá hayas matado mi última hambre.
Que el ridículo acaba implacable conmigo
y yo de perro fiel lo transformo en canción.
Oh, mujer,
no te culpes, la culpa es un juego de azar,
nadie sabe lo malo que puede ser riendo
y lo cruel que pudiera salir un regalo.
No te asustes del día que va a terminar,
no te asusten los puentes que caigan al mar,
no te asustes de mi carcajada final.
-Silvio Rodríguez.
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