Existe el mito de que los lemmings se suicidan en masa arrojándose al mar. |
Hace unos días jugó Honduras contra Francia en el mundial. El resultado fue, como los más cuerdos esperaban, una goleada del equipo galo sobre la escuadra catracha. No me sorprende el marcador, pues el equipo hondureño jugó mal y no se podía esperar otro. Cómo dije en mi Facebook, lo que sí me dejó triste fue la actitud de los periodistas hondureños. Uno de los comentaristas internacionales que estaba en la rueda de prensa dijo lo siguiente de ellos: "Porristas y afición no deberían ser periodistas. Estimados oyentes, eso es un ejemplo de lo que un profesional nunca debe hacer. Por mucho que seas nacional de un país, no debes dejar que te gane la pasión y el patriotismo mal encausado; el periodismo nunca debe perder la capacidad de criticar y criticar y criticar hasta que duela". Lo que ese extranjero no sabía es que en Honduras ya se perdió esa actitud y no sólo en esa profesión.
A mi memoria vienen muchos recuerdos relacionados con la incapacidad de los hondureños para asimilar las opiniones divergentes. Por ejemplo, cierto conocido le pidió a un amigo, estudiante de Literatura, que revisara su libro de poemas. Mi amigo leyó el libro, hizo sus apuntes y le dio una opinión sincera y fundamentada de por qué esa obra debía ser corregida en muchos aspectos. El autor no le dijo nada, es más, publicó el texto sin hacerle ningún cambio y, para rematar, nunca le volvió a dirigir la palabra a mi amigo.
También recuerdo esta conversación en la que yo contradije a una persona el error en su concepto de cultura. Uno de los que estaban en aquella plática me dijo: “Alguien que no está haciendo nada de gestión cultural no debería destruir el trabajo de otro con sus críticas”. Yo le repliqué que estaba criticando uno de los conceptos de su trabajo y no impidiéndole que continuara. Entonces comprendí que el connacional promedio asume que todo comentario negativo para su trabajo implica una destrucción y no un aporte.
Podemos extrapolar esto a otros niveles. Pienso ahora en el Presidente de la República, diciendo que no va a aceptar ningún comentario contra su política de seguridad. Pienso en la izquierda hondureña incapaz de escuchar las voces que le reprochan errores en su proceso y, a la vez, aquellos que lo contradicen sin aceptar que también se les contradigan. Rememoro además está actitud de “los trapos sucios se lavan en casa” o “estás insultando a mi país”; si es que alguien comete la temeridad de hablar de la mala situación en la que se encuentra nuestra nación. Como ven, el intercambio de la opinión se nulifica y, por tanto, el progreso de cualquier proceso se estanca en todos estos casos.
Vuelvo al tema del fútbol donde, por lo general, los comentaristas deportivos asumen que “todos debemos estar unidos para lograr un objetivo común”. En pocas palabras, todo comentario en contra es un escollo y quien no “jala en la misma ruta” es un potencial adversario. En algún lugar del inconsciente colectivo hondureño, está la idea ilusa de que todos debemos ir tomados de la mano en una gran marcha absolutamente silenciosa que nos llevará a la felicidad y al pleno desarrollo de nuestras capacidades; pero la realidad es más cruda y tal “gran marcha” no es más que una ilusión (leer a Kundera, por favor). No sé si todavía recuerdan que existía un spot de gobierno en los noventa que era "Todos empujando en la misma dirección"; así es, lectores, el mito del efecto lemming elevado a valor ético nacional.
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