martes, 24 de agosto de 2010

Besos Robados

La película es del año 1968, un año de vital importancia para las luchas sociales en Francia, por lo que Truffaut aprovecha para dedicarla a la cinemateca y a Henri Longlois, un director de ese instituto practicamente mítico quien acaba de ser despedido lo cual ocasionó una serie de protestas en todos los sectores del cine francés.

Tres años después de Antoine et Colette, nos volvemos a encontrar con Doinel quien ya salió del servicio militar (obligatorio por esos años en el país galo) no es un muchacho sino un hombre que busca trabajo y tiene una novia llamada Christine (Claude Jane). Su futuro suegro le consigue un trabajo como portero que pierde rápidamente, luego pasa a ser detective privado y de allí a trabajar en una tienda de zapatos donde todo se ve perdido por una mujer.

La película es una visón divertidísima de una persona que todavía no encaja del todo en la vida de los adultos, sobre todo que tiene verdaderos problemas de indecisión con las mujeres (Vean la famosa escena del espejo) y que incesantemente necesita un trabajo, aunque siempre termina perdiéndolos todos.

Por cierto que si les interesa verla, pueden prestarla, de forma gratuita y con sólo inscribirse, en la mediateca de la Alianza Francesa de acá de Tegucigalpa. Les dejo el trailer y ahora sí con subtítulos:


sábado, 21 de agosto de 2010

Ese monstruo que siempre vuelve...


Tema para San Jorge

Cada tanto a López le toca volver a trabajar porque ha descubierto que el dinero tiene una desagradable propensión a irse encogiendo, y que de golpe un grande y hermoso billete de cien francos sale del bolsillo reducido a uno de cincuenta y cuando menos se piensa éste se achica a uno de diez, tras de lo cual ocurre una cosa horrible y es que el bolsillo pesa mucho más y hasta se oye un tintineo simpático, pero esas agradables manifestaciones proceden tan sólo de unas pocas monedas de un franco y ahí te quiero ver. De manera que este pobre sujeto prorrumpe en cavernosos suspiros y firma un contrato de un mes con cualquiera de las empresas para las que ya tantas veces ha trabajado temporariamente, y el lunes 5 del 7 del 66 vuelve a entrar exactamente a las 9 a.m. en la sección 18, piso 4, escalera 2, y paf se topa con el monstruo amable.

Desde luego no es fácil aceptar la realidad del monstruo amable puesto que en primer lugar no hay allí ningún monstruo, qué va a haber un monstruo allí donde el jefe y los compañeros de oficina lo reciben con abrazos y cada uno le cuenta las novedades y le ofrece cigarrillos. La presencia del monstruo es otra cosa, algo que se impone como en diagonal o desde el reverso de lo que va sucediendo ese día y los siguientes, y él tiene que admitirlo aunque nadie lo haya visto nunca porque precisamente ese monstruo es un monstruo en cuanto no es, en cuanto está ahí como una nada viva, una especie de vacío que abarca y posee y escuchá lo que me pasó anoche, López, resulta que mi señora. Es así como casi en seguida se sabe del monstruo porque es increíble, pibe, prometieron un reajuste para febrero y ahora vas a ver lo que pasa, resulta que el Ministerio.

Si hubiera que demarcarlo, irle echando un talco de palabras para discernir su forma y sus límites, a lo mejor entrarían cosas como la pipa de Suárez, la tos que cada tantos minutos sale del despacho de la señora Schmidt, el perfume alimonado de Miss Roberts, los chistes de Toguini (¿te conté el del japonés?), esa manera de subrayar las frases con golpecitos de lápiz sobre la mesa que da a la prosa del doctor Uriarte una calidad de sopa batida con metrónomo. Y también la luz despojada de árboles y nubes que arrastra un plumaje mutilado por los cristales y las medialunas a las diez cuarenta, el ceniciento fluir de las carpetas de expedientes. Nada de eso es realmente el monstruo, o sí pero como una manifestación insignificante de su presencia, como las huellas de sus patas o sus excrementos o un bramido lejano. Y sin embargo el monstruo vive de la pipa o la tos o los golpecitos de lápiz, de cosas así se componen su sangre y su carácter, sobre todo su carácter porque López ha terminado por darse cuenta de que el monstruo es diferente de otros monstruos que también conoce, todo depende de cómo cuaja el monstruo, de qué toses o ventanas o cigarros circulan por sus venas. Si alguna vez supuso que el monstruo era siempre el mismo, algo ubicuo y fatal, le bastó trabajar en diferentes empresas para descubrir que había más de uno, aunque en cierto modo todos fueran siempre el monstruo en la medida en que el monstruo sólo se dejaba reconocer por él mientras sus colegas de oficina parecían no advertir su presencia. López ha llegado a darse cuenta de que el monstruo de la Place Azincourt, el de Villa Calvin y el de Vindobona Street difieren en oscuras cualidades e intenciones y tabacos. Sabe por ejemplo que el de la Plaze Azincourt es gárrulo y buen muchacho, un monstruo amable si se quiere, un monstruito siempre revolcándose un poco y dispuesto a la travesura y al olvido, un monstruo como ya no se usan casi, mientras el de Vindobona Street es agrio y seco, parece a disgusto consigo mismo y respira rastacuerismo y gadgets, es un monstruo resentido y desdichado. Y ahora una vez más López ha entrado en una de las empresas que lo contratan, y sentado ante un escritorio cubierto de papeles ha sentido poco a poco, entornando los ojos mientras fuma y escucha las anécdotas de sus colegas, la lenta inexorable indescriptible coagulación del monstruo que esperaba su regreso para verdaderamente ser, para despertar e hincharse con todas sus escamas y sus pipas y sus toses. Por un rato todavía le parece irrisorio que el monstruo lo haya estado esperando a él que es el único que lo detesta y lo teme, que lo haya estado esperando precisamente a él y no a cualquiera de esos colegas que no saben de su existencia y aunque la supieran se quedarían tan tranquilos, pero también podría suceder que sea por eso que el monstruo no existe cuando sólo están ellos y falta López. Todo le parece tan absurdo que quisiera estar lejos y no tener que trabajar, pero es inútil porque su ausencia no matará al monstruo que seguirá esperando en el humo de la pipa, en el ruido del carrito del café de las diez y cuarenta, en el cuento del japonés. El monstruo es paciente y amable, jamás dirá nada cuando se va López y lo deja ciego, simplemente seguirá allí esperando en su tiniebla con una enorme disponibilidad pacífica y soñolienta. La mañana en que López se instale en el escritorio, rodeado de sus colegas que lo saludan y lo palmean, el monstruo se alegrará de despertar una vez más, se alegrará con una horrible inocente alegría de que sus ojos sean una vez más los ojos con que López lo mira y lo odia.

-Cuento de Julio Cortázar. Tomado de "La vuelta al día en ochenta mundos".

lunes, 16 de agosto de 2010

16-09-10

Haciendo un paréntesis con todo lo de Antoine Doinel, quisiera decir que no sé si será mi paranoia, las amenazas de todo tipo que se ciernen a cada momento sobre cualquiera o que mucha gente, de algunas u otras forma cercanas a mí, han muerto en este año; pero ese poema de Jaime Gil de Biedma que cantan en este vídeo no me sale de la cabeza...


sábado, 14 de agosto de 2010

Antoine et Colette


Para continuar con la historia de Doinel, hablaré de este es un cortometraje que formó parte de una serie llamada "El amor a los veinte años" del año 1962 y en la cual, además de Truffaut, también dirigieron algunos cortos otras granes figuras como Renzo Rossellini, Shintarô Ishihara, Marcel Ophüls y Andrzej Wajda; todos ellos tratan el tema del primer amor o el amor juvenil.

En este corto de 20 minutos, encontramos a Antoine Doinel, quien a los 20 años ha logrado la independencia de sus padres, tiene un trabajo en una fábrica de discos y asiste a un show televisivo grabado en vivo, llamado "Las juventudes musicales"; allí conoce a Colette, de quien se enamora; pero en unos días queda claro que Collette lo mira sólo como un amigo.

La verdad el filme no es una de las mejores continuaciones de la historia del cine, pero sobrevive por sus propios medios, además de continuar con ese aire de los cuatrocientos golpes; aunque claro, también está la música que tiene un papel muy importante que nos acompaña en los momentos adecuados y los guiños a sus colegas y maestros como Bazin. Hay que agregar que el filme tiene una de las secuencias más tristes y lastimeras que he visto sobre el amor en sí y sobre el no correspondido como casi todo amor de juvenil.


martes, 3 de agosto de 2010

Los 400 golpes

Su nombre deriva de un dicho francés "faire les quatre cents coups" que es lo mismo que meterse en muchos problemas, aunque también puede hacer referencia a los golpes que le da la vida al personaje. Fue estrenada en 1959, es la primera del ciclo de Antoine Doinel, una de las primeras de La Nouvelle Vague. Hasta antes de este filme, Truffaut no es más que un crítico y es con ella que lleva a la práctica muchos de sus planteamientos, pero sobre todo centrado en "la creación de un lenguaje personal en el cine, más que la elaboración de un producto comercial".

Antoine Doinel es un joven que vive con su familia en un apartamento de París, es un muchacho problemático al que ni cuando quiere hacer cosas buenas les salen bien. Vive con su madre y con su padrastro, escapa ocasionalmente del colegio porque detesta a su tiránico profesor, se fuga de su casa y en cierta ocasión descubre que su madre tiene una aventura; todo esto como podrían esperar desemboca en que Antoine es llevado a un reformatorio. Como se ve, todos son golpes para este muchacho y una realidad de la que intenta escapar, de hecho una de las escenas que más se repite y se convertirá en un signo de este personaje es que siempre este corriendo, lo cual simboliza su deseo de escapar de una realidad cruel que lo aprisiona. Es en definitiva un "personaje-metáfora", representa no sólo el deseo de libertad de la juventud y del director, sino que el espíritu de una época en el cine.

Esta película es autobiográfica, en cierto sentido Antoine es el joven Truffaut a quien André Bazin rescato de esa vida dura y llena de golpes ( El filme está dedicado a Bazin quien fue su maestro). No es extraño por tanto, que este filme se alimente del realismo, las escenas no son parte de ningún set, son filmadas en plena calle y, si nos fijamos bien, la gente al pasar se queda mirando extrañada a la cámara, además de el cotidiano sonido urbano del París de 1959.

Les dejo el trailer, aunque para variar no lo encontré en español: