sábado, 23 de mayo de 2015

"Y siguió aprendiendo el camino de la soledad en todo momento."

“¡A veces encuentro cosas tan bellas en el alma! Nosotros, los buenos, los que tenemos el alma libre y dispuesta, sentimos más. No dejes que la tristeza sea amarga, haz que sea dulce. Y si duele mucho, huye, piérdete dentro de una flor que mires o deja que tu alma se eche a volar para coger una nube o tocar un color del cielo o deja que viaje sobre las notas de una música o convierte la tristeza en poesía o algo. Úsala para encontrar poesía. Cuanto más grande y dolorosa es la tristeza, más fuerza tiene para darte impulso y llevarte hasta los lugares donde hay paz y belleza dentro de ti, fuera de ti”.

-José Masiques. 

domingo, 17 de mayo de 2015

El sueño latente en Bertolucci

[Hace unos días hablaba con una amiga al respecto de este autor y mucho de esta entrada deriva de esa plática. Pues bien, dicho esto, hay que iniciar].

De Bertolucci sólo he visto tres películas: El último emperador, El último tango en París y Los Soñadores. Me gusta como maneja el erotismo en esas tres obras: los personajes se embeben y se encierran; pero el mundo exterior siempre los termina alcanzando. El territorio interior de los placeres en que se refugian siempre es destruido por lo externo: procesos políticos y guerra mundial en El último emperador; el cuarto de los amantes es traicionado por sus vidas personales en El último tango en París; y el cine, sexo y música de Los Soñadores es hecho trizas por los sucesos de 1968 (este último con la toma de consciencias de uno de sus personajes).


Me resulta atrayente ese encierro, porque todos en algún momento lo hemos pasado: un recluirse en los placeres, una cárcel hedonista. En estas historias, el castigo también está afuera, rondando, y algo tiene de moraleja (no me gustaría decir moralizante); esa materialidad siempre pone una frontera. En el fondo, te dice, no te puedes apartar de la realidad, ella te terminará destruyendo en algún momento si lo hacés; las fachadas siempre caen, la objetividad impone sus límites aún a costa de sangre.


El nombre de uno de sus filmes deja bien claro lo que aquí he expuesto: Los soñadores, gente que vive en un sueño, que debe despertar de él. Llega un punto en que, al ver los contrastes, nos preguntamos ¿son soñadores por su idealismo o sólo por enclaustrarse en sus disfrutes?¿deben despertar o es ese despertar del final (a la violencia política) sólo otro sueño?¿el sueño de los otros?¿vamos cayendo de sueño en sueño?¿cuál es el auténtico sueño y cuál no? ¿Sólo se pasa de una cárcel a otra como Puji en El último Emperador?


Muy a riesgo de equivocarme, y siguiendo un poco mal a Lacan, podría decir que la Ley (con esas mayúsculas) siempre mantendrá su dominio sobre esos mundos aparentemente ideales, sin importar de cuál se trate, para evitar el riesgo de que los seres caigan en lo indeterminado, que se anulen unos a otros; esa es la "espada de Damocles" que se tiende sobre todo aquel que busque ese tipo de reclusiones. La luz se vuelve enceguecedora entonces y regresa con toda su potencia con toda su crueldad, para causarnos el dolor de ver.    

miércoles, 6 de mayo de 2015

El triunfo de la muerte

El triunfo de la Muerte del pintor Pieter Brueghel el Viejo.
Hace unos meses fui a una conferencia de Manuel Asensi sobre la confrontación entre Lacan y Deleuze. Más allá del tema central, me llamó la atención una de las reflexiones de Asensi al respecto del caos en el Tercer Mundo. Desde la perspectiva eminentemente  psicológica hay algo que se llama pulsión de muerte (Tánatos) contrapuesta a la pulsión de vida (Eros). La cuestión es que la sociedad (la cultura le llamaba Freud, el Gran Significante para Lacan) hace posible que se desarrolle una pulsión de vida muy fuerte al ligar a los sujetos que la conforman; pero cuando esta cae en crisis, la pulsión de muerte toma su lugar porque esa es la verdadera naturaleza original del ser humano y no los sentimientos de bondad y bienestar como se cree utópicamente. Cuando se aminora o ya no existe esta pulsión de vida, entonces no hay moralidad (super-ego). Sólo quedan dos opciones: o la pulsión de vida se enmascara de fascismo para aminorar las otras pulsiones del sujeto hasta aplastarlo o todos terminamos matándonos unos a otros hasta que digamos basta de puro hartazgo. Resumen: todo se fue al carajo y llegamos al momento del sálvese el que pueda.

Claro, esta explicación resultaría pobre si no se encuadrase con otras razones: las económicas y las sociales. Eso no quita, por supuesto, que ahora podemos ver con mayor claridad el sustrato simbólico de los últimos hechos en Honduras: ayer un hombre mató a otro por la pelea en la que discutían quien quedaba adentro o afuera de un portón, dos amigos se agarraron a machetazos por un partido de fútbol, una mujer lanzó su hijo a los perros para que lo destazaran, un hombre alegó que sólo había cometido un "error humano" al cortarle los pies a su esposa, el presidente dijo que se debía olvidar de los derechos humanos para combatir la delincuencia y restablecer nuestros derechos (¿cuáles?) y así ad-nauseam; los conceptos del bien y de mal se desdibujan, se pasa a la ley del más fuerte y los casos de violencia se vuelven cada vez más inquietantes y absurdos. Resulta una obviedad dar un dictamen: la gran muerte es la única que se levanta para blandir su guadaña sobre miles de habitantes en ese país olvidado, es ella quien realmente se ha llegado a empoderar y la que muestra sus luces tras los rostros.