domingo, 29 de enero de 2012

"De la misma forma que se está distanciando del lugar donde estaba mi yo de entonces."


"La única presencia, dos pájaros rojos que alzaban el vuelo de aquel prado, como espantados por algo, se dirigían hacia el bosque. Mientras andábamos, Naoko me hablaba de un pozo. La memoria es algo extraño. Mientras estuve allí, apenas presté atención al paisaje. No me pareció que tuviera nada de particular y jamás hubiera sospechado que, dieciocho años después, me acordaría de él hasta en sus pequeños detalles. A decir verdad, en aquella época a mí me importaba muy poco el paisaje. Pensaba en mí, pensaba en la hermosa mujer que caminaba a mi lado, pensaba en ella y en mí, y luego volvía a pensar en mí. Estaba en una edad en que, mirara lo que mirase, sintiera lo que sintiese, pensara lo que pensase, al final, como un bumerán, todo volvía al mismo punto de partida: yo. Además, estaba enamorado, y aquel amor me había conducido a una situación extremadamente complicada. No, no estaba en disposición de admirar el paisaje que me rodeaba. Sin embargo, ahora la primera imagen que se perfila en mi memoria es la de aquel prado. El olor de la hierba, el viento gélido, las crestas de las montañas, el ladrido de un perro. Esto es lo primero que recuerdo. Con tanta nitidez que tengo la impresión de que, si alargara la mano, podría ubicarlos, uno tras otro, con la punta del dedo. Pero este paisaje está desierto. No hay nadie. No está Naoko, ni estoy yo. «¿Adonde hemos ido?», pienso. «¿Cómo ha podido ocurrir una cosa así? Todo lo que parecía tener más valor —ella, mi yo de entonces, nuestro mundo— ¿adonde ha ido a parar?». Lo cierto es que ya no recuerdo el rostro de Naoko. Conservo un decorado sin personajes. Aunque, si me tomo el tiempo suficiente, puedo revivir su imagen. Sus manos pequeñas y frías, su pelo liso, tan bonito y agradable al tacto; los lóbulos de sus orejas, suaves y carnosos, y el lunar que tenía debajo; el elegante abrigo de piel de camello que solía llevar en invierno; su costumbre de mirar fijamente a los ojos cuando hacía una pregunta; el ligero temblor que, por una u otra razón, vibraba en su voz (como si estuviera hablando en lo alto de una colina barrida por un fuerte viento). Al sobreponer estas imágenes, su rostro emerge de repente. Primero se dibuja su perfil. Tal vez porque Naoko y yo solíamos andar el uno al lado del otro. Por eso el perfil es lo que primero emerge en mi recuerdo. Después ella se vuelve hacia mí, me sonríe, ladea la cabeza, me habla y me mira fijamente a los ojos. Tal vez esperaba ver en ellos el rastro de un pececillo que cruzaba, veloz como una centella, el fondo de un manantial de aguas cristalinas. Me lleva tiempo evocar su rostro. Y conforme vayan pasando los años, más tiempo me llevará. Es triste, pero cierto. Al principio era capaz de recordarla en cinco segundos, luego éstos se convirtieron en diez, en treinta segundos, en un minuto. El tiempo fue alargándose paulatinamente, igual que las sombras en el crepúsculo. Puede que pronto su rostro desaparezca absorbido por las tinieblas de la noche. Sí, es cierto. Mi memoria se está distanciando del lugar donde se hallaba Naoko. De la misma forma que se está distanciando del lugar donde estaba mi yo de entonces. Sólo el paisaje, aquella imagen del prado en octubre, vuelve una y otra vez a mi mente como la escena simbólica de una película. Aquel paisaje sigue sacudiendo, pertinaz, una parte de mi cabeza. «¡ Vamos! ¡Arriba! ¡Aún estoy aquí! ¡Arriba! ¡Levántate y comprende! ¿Cuál es la razón de que todavía esté aquí?» No siento dolor. Únicamente el sonido hueco que acompaña cada patada. Pero también este eco se apagará algún día como se ha ido borrando, inexorablemente, lo demás. Con todo, a bordo de aquel avión en el aeropuerto de Hamburgo, la sacudida fue más fuerte, más prolongada que de costumbre. «¡Arriba! ¡Comprende!», decía. Por eso ahora estoy escribiendo. Soy de ese tipo de personas que no acaba de comprender las cosas hasta que las pone por escrito."

-Haruki Murakami, "Tokio Blues".

viernes, 27 de enero de 2012

27-01



miércoles, 25 de enero de 2012

Las horas



"Querido Leonard: mirar la vida de frente, siempre mirar la vida de frente, y conocerla por lo que es. Finalmente, conocerla, amarla, por lo que es y después, guardarla. Leonard siempre los años compartidos, siempre los años, siempre el amor, siempre las horas."

martes, 17 de enero de 2012

"Lo que la vida quiere es coraje."


Foto tomada en noviembre de 1970, durante la dictadura militar (1964-1985) en Brasil. Dilma Rouseff, (actual Presidenta de ese país) serena y con insolencia responde a los militares en un interrogatorio en la sede de la Auditoría Militar de Rio de Janeiro, después de haber estado presa durante 22 días. Al terminar esa audiencia, Dilma fue condenada a tres años de prisión y torturada para que revelara los nombres de sus compañeros de  Vanguardia Armada Revolucionaria Palmares; pero Dilma nunca habló.  

domingo, 8 de enero de 2012

"No se puede morir por ustedes"



"El principito fue a ver nuevamente a las rosas:

- Ustedes no son de ningún modo parecidas a mi rosa, ustedes no son nada aún – les dijo. – Nadie las ha domesticado y ustedes no han domesticado a nadie. Ustedes son como era mi zorro. No era más que un zorro parecido a cien mil otros. Pero me hice amigo de él, y ahora es único en el mundo.

Y las rosas estaban muy incómodas.

- Ustedes son bellas, pero están vacías – agregó. – No se puede morir por ustedes. Seguramente, cualquiera que pase creería que mi rosa se les parece. Pero ella sola es más importante que todas ustedes, puesto que es ella a quien he regado. Puesto que es ella a quien abrigué bajo el globo. Puesto que es ella a quien protegí con la pantalla. Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté (salvo las dos o tres para las mariposas). Puesto que es ella a quien escuché quejarse, o alabarse, o incluso a veces callarse. Puesto que es mi rosa.

Y volvió con el zorro:

- Adiós – dijo...

- Adiós – dijo el zorro. – Aquí está mi secreto. Es muy simple: sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.

- Lo esencial es invisible a los ojos – repitió el principito a fin de recordarlo.

- Es el tiempo que has perdido en tu rosa lo que hace a tu rosa tan importante.

- Es el tiempo que he perdido en mi rosa... – dijo el principito a fin de recordarlo.

- Los hombres han olvidado esta verdad – dijo el zorro. – Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa...

- Soy responsable de mi rosa... - repitió el principito a fin de recordarlo."

-Antoine de Saint- Exupéry, Capítulo 21 de El Principito.

martes, 3 de enero de 2012

Nota 3-12

En el Así hablaba Zaratustra, de Nietzche, uno de los pasajes que más me impresionó es aquel en el que el viejo profeta explica a los marineros de un barco en el que se transporta su visión sobre el uróboro que asfixiaba a un hombre, una serpiente que al morder su propia cola en el cuello de un hombre lo estaba matando; pero el hombre se ríe y la serpiente escapa. Este pasaje ha sido interpretado como la parábola que da pie al nihilismo reactivo (irracionalismo vitalista o simplemente vitalismo), en el cual la única forma de liberarse del peso que significa la muerte de Dios, el eterno retorno y la fatuidad de las acciones con la consiguiente pérdida de sentido de la estructura vital, es una toma de conciencia y una aceptación de nuestra condena a la propia libertad. 

Comparto algunas cosas de ese nihilismo reactivo, pienso que dado que no hay nada después de la muerte, la búsqueda de toda trascendencia personal, el hecho de que tu yo vaya más allá de ti mismo es poco probable. Me río de los que anhelan la eternidad a través de sus obras y vuelven de ello la razón de su ser, me parecen patéticos (por lo menos los religiosos lo hacen por su fe) y no quiero decir que no es válido hacer un intento por dejar una obra, lo es siempre que sepamos que si algo de eso se llega a conocer más allá del ámbito local sería un golpe de suerte y, en segundo lugar, que uno crea algo por la misma gratuidad que es el crear; quizás esa es la razón por la que me hastían los ambientes "bohemios" y llenos de artistas, con toda esa gente que piensa a rajatabla  como decía Bolaño " que su obra va a perdurar". Para mí, todas las cosas van a borrarse algún día, nosotros, nuestra descendencia, hasta lo libros, las grandes obras de arte, las edificaciones más maravillosas, hasta este planeta mismo, hasta este sistema solar volverá a ser lo que fue mucho antes de nacer: polvo de estrellas. Y en eso es en parte cierto aquello de que "polvo somos y en polvo nos convertimos".  

La vida me parece maravillosa por el mismo hecho de que es única e irrepetible. Sólo tenemos este corto lapso de tiempo, si lo arruinamos con nuestro libertinaje y egoísmo no podremos repetirlo y si somos tan tontos como para volvernos mojigatos, intolerantes o amargarnos, entonces también lo perdimos. Desprecio por eso mismo a las personas que ven esta vida como un valle de lágrimas en el que nada tiene salvación o las que creen que todo es color de rosa. En un mundo donde los significados no son más que aquello que nosotros deseamos, bien sea arbitrariamente o de forma consciente, las posturas radicales me parecen de auténticos idiotas. Sólo hay una cosa que me ha inquietado siempre de ese carácter irrepetible de la existencia: que también significa que si perdemos a alguien o algo en nuestras vidas, lo perdemos para siempre y lo que se vivió no se volverá a repetir jamás; porque las cosas son únicas en toda la historia del universo y debemos cargar toda nuestra vida con el peso que implica esta afirmación.  

Reírse del uróboro no es tan complicado como se cree, sólo hay que estar consciente de algunas cosas. Al fin y al cabo, este instante es toda nuestra eternidad.