lunes, 24 de diciembre de 2012

Finisterra

Voy entre la multitud y mi nombre es Nadie.

En una ciudad que apesta a pescado podrido
a gasolina y a demagogia
oprimido por la tarde voy rozando las escamas
de paredes que hurtan mi dolor.
Bajo este cielo vinagre, absorbido por turbinas
un vómito de cifras me entorpece.
Llevo en la marea mi amor de hombre
y nadie sabe que amo, salvo los perros
que olfatean mis pasos por las alamedas.
En el escenario del miedo mi fervor responde
a una estridencia de piedras desmoronadas
y en los túneles escucho gotear
mi amor de agua, y mi amor de flor
brota en los quioscos pálidos y atraviesa
los pedregales y abalorios del día adornado
con rafia amarilla y blanca.
¡Oh día, altar de los hombres, corral de mármol!
Las reses se aproximan entorpecidas al matadero.
La sombra de mi amor incendia las calzadas.
Los días son rufianes ocultos en balcones
donde nadie paga los intereses de mi alma.
Y este amor que me traga en cuanto absorbo
el zumo oculto en la gruta insensata
abre un abismo entre los surcos y las rocas
de la tierra que me nutre en sus pechos de polvo.
Las empalizadas de la incertidumbre se levantan y aíslan
torres donde se alternan centinelas que espían
en la oscuridad la llegada de pelotones invisibles.
En el camino, entre el viaducto y el motel,
cuando vengo, es que voy… Partida y llegada
son quimeras del horizonte y graznar de gaviotas
que irritan a los burócratas en la aduana.
Al caminar por Río de Janeiro, vivo todos los asombros,
red que en la oscuridad encuentra un banco de sardinas.
hombre que detrás del sol se enfrenta
con los terrenos cenicientos de la amargura.
La hora traza un arco de luz para que yo pase
entre los millonarios, los padres, los basureros, los
[payasos y las prostitutas, que son mis semejantes.
Aquí los bancos son más bellos que las catedrales.
Y cabizbajos confesamos a los gerentes nuestros pecados:
codiciamos a la mujer del prójimo y su mansión y su esclavo y su yate y su buey y su asno
                                                                                                          / y sus desventuras
y el sol de su piscina.
Comulgamos en las ventanillas, y cuando la Bolsa cae
tiemblan nuestras almas monetarias.
Entre el terror, el telestar,
y la hormiga que sube por la escalinata de la Secretaría de Hacienda,
se forman señales luminosas. ¡Oh nuevo glosario del mundo!
Adiós oh viejas palabras que nada significan
y que vogan en las letrinas por momentos.
Como los deshuesaderos de automóviles, los museos guardan la chatarra.
El arte de hoy está en los muros,
en letreros que anuncian aparatos eléctricos.
¡Oh diálogo de constelaciones, oh sintaxis planetaria!
Como las palabras dementes que aprendí en la escuela,
gastadas como suelas de zapatos,
ya no sé cantar al mundo ni decir amor mío.
Mi silencio muerde un pan cocido
en los hornos de la mentira.
Oh día sin labios,
oh día cubierto de escamas como pez
que nada en mi jaula,
dime qué cielo guardó el grito de Elpenor.
¿Dónde está la sepultura de Nabucodonosor?
Canta para mí, oh Musa, acerca del varón industrioso Nick Carter…
¿Dónde encontraré todas esas viejas tumbas
con sus lápidas cuarteadas y epitafios
escritos en la lengua antigua de los muertos?
Las trompetas resuenan en la explanada de Elsinor.
Los leones de granito rugen en la mañana.
Y pisando las palabras amarillas de un otoño amarillo como el cuerpo de Cristo
voy entre una multitud de boca lacrada.
Soy un hombre aislado de los otros hombres
que caminan como si ya estuviesen muertos.
En los estacionamientos, la luz de la tarde quema
la hierba que me separa de mis hermanos
en este mundo roído por el terror.
Ellos gritan donde yo no puedo escucharlos.
Y la aurora carcome mis puños iracundos,
y las ratas roen los pulsos de mi alma.
Abandonado en el horizonte, bebo la blancura de la noche
que ilumina la fachada de los hospicios.
¡Oh noche bella como un navío!
Soy el grano
en el silo.
Soy el viento
que viene de los suburbios de orina y querosén
y que ciega lentamente los ojos de las estatuas.
Los gigantes del mundo me preguntan: “¿Cuál es tu nombre?”
Respondo: “Me llamo Nadie.”
Los gigantes merodean los yates anclados en las islas.
La cólera de la vida tiembla en las calzadas.
El día se disuelve, impostura
deshecha en el aire reverente. Y tú que eras gemido y carne
me acompañas, diluida en mi saliva.
Y como los viejos aviones duermen en los hangares
así duermo en ti y el silencio es un triunfo
sin aplausos ninguna valva se contrae
y los peces se amontonan en cestas fétidas
de supermercado, desvanecidos
en el espasmo puro de las fornicaciones.
Mi vida se descáscala como aquellos viejos balcones
abiertos en Nueva York al esplendor y la mentira.
Soy aquel que no cabe en el alarido
que sube desde la glorieta de la Bolsa de Valores
hasta un cielo sin sílabas.
En el día bursátil, el sudor de los hombres se transforma
    en números,
pero lejos de ti sólo escucho las roncas palabras
que salen de tu garganta visible para el amor.
Oh mujer, esponja del hombre,
ocupas todo el paisaje como un pájaro.
Oh sol desnudo, oh mi yegua de carga,
paseo por tu cuerpo como un niño en un palacio
y soy la luz de los espejos que iluminan tu espalda.
Vago por planicies y colinas al ponerse el sol
espantando a los pájaros que ondulan en tus párpados
y ahuyento al arcoíris.
Y junto a los cercados escarlatas de la tarde
que encierran el cansancio de los hombres
sigo un rastro de tierra agrietada
donde el odio pasa a galope, espantando a la muerte.
Oh noche de los semáforos y espantapájaros y de las arañas ocultas en los molinos,
oh noche de los murciélagos que en mi infancia sostenían
    los estandartes del sueño,
las hélices de tus navíos cargados de estrellas cruzan
    los anfiteatros del mar.
Pero, ¿dónde está la finisterra que me prometiste, más allá de las islas idiotas y de los mitos
                                                                                                 / carcomidos por la marea?
Como el esplendor del teatro cuando las luces se encienden
mi vida entera se estremece a la caída de la noche
y oigo en la oscuridad el canto de todo lo que parte.

-Lêdo Ivo.  

jueves, 20 de diciembre de 2012

“Y se quitó las pinches botas para bailar descalzo...”

"La música llega al jardín de las ventanas abiertas y la veranda; una orquesta pueblerina está tocando un vals en el salón. Una singular cadena de tradiciones reúne a la fiesta en casa de los comerciantes ricos con los pobres que escuchan, incluso las reglas no escritas de las costumbres hacen que la distancia sea de unos diez metros entre el porche y los mirones, acodados en los árboles, sentados bajo los mangos.

El invitado se acerca a la casona cruzando el jardín; viste un traje blanco de tres piezas y botas negras de montar sobre los pantalones. Al cruzar entre el centenar de pueblerinos que observan, saluda a uno aquí y allá: un lanchero, una sirvienta, un estibador y sus hijos. El vals sigue sonando. El invitado camina hacia la casa donde en el calor furibundo de la noche del trópico las mujeres y los jóvenes hijos de los ricos del pueblo bailan y sudan. Cuando está a punto de llegar a la casa, el joven invitado duda y se detiene. Durante un instante queda detenido entre el mundo del pueblo que mira y escucha y los ricos que bailan.

Luego, se decide y camina de regreso. Se detiene ante una gorda matrona que vende pescado en el mercado, se quita las botas y las deposita a su lado y le pide que baile con él. La mujer se ríe.

Bailan en el jardín con la música que llega de lejos, ambos descalzos, como todos los demás que los rodean. Bailan un poco torpes, el mismo vals que bailan en el interior de la casa.

Nunca pude saber qué vals era. La historia me la contó un viejo, que había sido uno de los niños que rodeaban a los bailarines, o que eso creía recordar, o que se la habían contado, o que se la había narrado alguien a quien a su vez se la habían contado; pero describía con precisión el traje blanco de Juan, los árboles en el jardín. Y en su memoria propia o generada en el pozo sin fondo de los mitos populares, resaltaba la historia de las botas:

“Y se quitó las pinches botas para bailar descalzo”. De tal manera que la sabia memoria rescataba lo importante, no importaba que se hubiera perdido el nombre del vals.

El día en que me narraron esta historia, Juan llevaba sesenta años de muerto, estábamos en Acapulco y sus restos eran trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres. No me atrevía a usar la historia en la primera revisión del libro que había escrito con Rogelio Vizcaíno, tenía un tono hollywoodiano que la hacía poco creíble. Hoy la rescato mientras en el recuerdo colectivo de Juan, que hoy es también el mío, queda claro que no sólo bailó con los pobres, sino que se quitó las botas para bailar descalzo."

sábado, 15 de diciembre de 2012

[Todo está lleno de ti...]

Todo está lleno de ti, 
y todo de mí está lleno: 
llenas están las ciudades,
igual que los cementerios
de ti, por todas las casas, 
de mí, por todos los cuerpos. 

Por las calles voy dejando 
algo que voy recogiendo: 
pedazos de vida mía 
venidos desde muy lejos. 

Voy alado a la agonía, 
arrastrándome me veo 
en el umbral, en el fondo 
latente del nacimiento. 

Todo está lleno de mí: 
de algo que es tuyo y recuerdo 
perdido, pero encontrado 
alguna vez, algún tiempo. 

Tiempo que se queda atrás 
decididamente negro, 
indeleblemente rojo, 
dorado sobre tu cuerpo. 

Todo está lleno de ti, 
traspasado de tu pelo: 
de algo que no he conseguido 
y que busco entre tus huesos.

-Miguel Hernández, Cancionero y romancero de ausencias.

lunes, 10 de diciembre de 2012

10-12

La Ceiba, Tegucigalpa, Choluteca, La Paz, El Triunfo y posiblemente mi siguiente destino sea México, por primera vez en el extranjero; tanto moverse me ha hecho preguntarme miles de veces de qué lugar soy, adónde pertenezco realmente.  Sólo siento que cada vez estoy más lejos de ese sitio, del cual sólo tengo una  sensación en diversos lugares; mi hogar repartido en pedazos en toda esta geografía, una presencia que me envuelve y de la cual cada persona que he conocido tiene una parte. Hace unos meses, unos estudiantes de inglés cantaban 500 miles mientras yo estaba en mi oficina e hicieron que toda esa sensación aflorara.