domingo, 13 de abril de 2014

Honduras, la tormenta perfecta


Hermanos contra hermanos, pintura de Pablo Zelaya Sierra.

A partir de 1981, el gobierno de Estado Unidos apoyó al movimiento contrarrevolucionario de Nicaragua para que operara en Honduras. Esto, por supuesto, fue negado en su momento por el gobierno de turno en mi país (Honduras). La finalidad, en el contexto de la Guerra Fría,  era desgastar al gobierno de Nicaragua e incluso derrocarlo y evitar así (según los estadounideses) otro gobierno pro-soviético en América Latina (1).  Para apoyar a estos movimientos, la administración del Presidente Reagan le vendió armas a gobierno Islámico de Irán; aunque se suponía que apoyaba a Sadam Husseim en Irak para derrocarlos. El conflicto fue largo y tortuoso en Centroamérica, miles de armas llegaron a la zona oriental de Honduras y, aun cuando se firmó la paz en la región, éstas nunca fueron recuperadas. El resultado fue una población con potenciales armas de alto poder a su alcance. 

El gobierno de Estados Unidos, que hasta entonces había apoyado con millones de dólares a los militares hondureños, retiró su ayuda puesto que el gobierno sandinista de Nicaragua había sido derrotado en las elecciones por la Unión Nacional Opositora y ya no representaba ningún “peligro”. En 1990, el gobierno hondureño inició la serie de reformas neo-liberales en las que se desmanteló el aparato gubernamental; muchas empresas públicas fueron vendidas a sectores de la esfera privada, ya fuera en parte o sólo delegando algunos de sus servicios. Además, se inició una reforma legal para la tenencia de la tierra (Ley de modernización agraria), la cual consistía en eliminar las restricciones que la antigua ley de reforma agraria ponía a los latifundios (2).

Las reformas neo-liberales y la corrupción causaron un crecimiento desmedido de la pobreza; las instituciones estatales eran vendidas a empresarios amigos de políticos sin importar la calidad del servicio prestado, su capacidad de cobertura o las pérdidas que generara. Para finales de la década, Honduras era el segundo país más pobre del continente y cientos de hondureños iniciaron un éxodo hacia Estados Unidos (3). El país del norte había recibido desde los años ochenta a oleadas de inmigrantes mexicanos y centroamericanos que huían de la guerra y la pobreza, estos se había organizados en guetos donde surgieron las pandillas como un medio de defensa de otras comunidades raciales (blancos y negros). El problema se había vuelto tan grande que el gobierno de E.E.U.U. decidió iniciar una fuerte política de deportaciones.  

Honduras no estaba acostumbrada a lidiar con pandilleros. Al regresar y encontrarse en comunidades donde primaba la miseria y la presencia del estado era nula, los mareros hallaron tierra fértil para diseminarse. Yo comencé a oír de este tipo de organizaciones a principios de 1997 y ya para 2001 estaban en la agenda gubernamental como uno de los principales problemas de seguridad. 

Por otra parte, Estados Unidos había endurecido sus políticas en contra de las drogas desde los años ochenta, esto produjo un alza de los precios y que se creara una línea de distribución clandestina por El Caribe. La droga salía de Sudamérica por Colombia, cruzaba las islas caribeñas y luego llegaba a Miami. En la década siguiente, la pérdida de poder de los cárteles colombianos ocasionó que los de México se fortalecieran y la ruta de las drogas cambió: Centroamérica y México serían su nuevo campo de acción. En 2006, el Presidente mexicano Felipe Calderón inició una “Guerra contra el narco”, que a la larga produjo cientos de muertos y recrudeció la violencia. Los traficantes de drogas movieron sus centros de poder a Centroamérica, donde los gobiernos tenían poco control territorial, las maras podías ser usadas como aliadas, la pobreza rampante hacía anhelar soluciones rápidas y las fuerzas gubernamentales eran corruptibles; todo ello permitía que su negocio echara raíces.  

Ayer, el informe de la O.N.U.  declaró a Honduras, una vez más, como el país con la mayor tasa de asesinatos en el mundo. La situación es tan grave que los 90.4 de nuestro país casi doblan al segundo lugar  (53.4 de Venezuela) y triplica al segundo de Centroamérica (44.7 de Belice). Los números son sumamente fríos, no hablan de los cementerios clandestinos que hay por todo el territorio nacional, de los hondureños que mueren tratando de cruzar México para escapar de lo que ellos mismos ya llaman “una guerra” con un enemigo borroso, ni de los botaderos en donde se bebe sopa de churro una vez al día o de los asesinados por encargo, y sin que nadie lo vaya a saber, a un módico costo de cuatro mil lempiras (209 dólares estadounidenses). 

Quizás algunos de estos datos no sean del todo correctos, es mi versión de la historia y mi intención no pasa de repasar algunas huellas de los desaciertos que nos han llevado hasta este momento. Así,  todo lo anterior se conjugó y llegamos a la  tragedia actual. Honduras es la tormenta perfecta de sangre y parece que esta dura lluvia no va a amainar por ahora.

Notas. 

(1) En los archivos de la Unión Soviética, una vez desmantelada, se descubrió que la U.R.S.S. sólo apoyó en forma simbólica a Nicaragua. El gobierno comunista veía la región como una zona de “ganancia posible” y no de alto interés. 
(2) Las leyes de tenencia de la tierra en comunidades populares no fueron cambiadas ni siquiera durante la Reforma Liberal en el siglo XIX, debido a los desastres y revueltas populares que habían causado este tipo de legislaciones en Guatemala y El Salvador.
(3)  En la década siguiente también habría movilizaciones a Europa, Canadá e incluso Sudamérica.

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